Chick-fil-A, una cadena estadounidense de comida rápida famosa por sus sánduches de pollo y con más de 1.600 restaurantes, decidió hacer una declaración política y de principios que tiene agitado a todo el país. Uno de sus dueños se declaró opositor a ultranza del matrimonio entre parejas del mismo sexo y aseguró que su cadena era formada y administrada por familias tradicionales de “hombres que se casaron con sus primeras mujeres”.
Aunque por muchos años se consideró a Chick-fil-A como un bastión de conservadurismo, que aporta año tras año millones de dólares a organizaciones consideradas “antihomosexuales”, la frase llevó al restaurante al ojo del huracán.
El comentario sobre lo que debe o no ser una familia por parte de un restaurante de pollo puede sonar para unos un ejemplo de moral y para otros, entre los que me incluyo, una posición intolerante y salida de contexto. Pero nada más. Lo que ha resultado penoso, con el pasar de los días, es la forma en la que se ha aprovechado la declaración para hacer política, en una nación en la que cualquier acto toma un tinte electoral a meses de las presidenciales.
Los republicanos más radicales, arropados bajo el Tea Party, convirtieron a Chick-fil-A en el lugar en el que deben comer los buenos ciudadanos. Pidieron de manera descarada que, como una forma de apoyar las políticas del partido conservador y en rechazo a las uniones de parejas del mismo sexo, llenaran de forma masiva estos restaurantes.
Sarah Palin, la recordada exgobernadora de Alaska y exfórmula vicepresidencial de John McCain en el 2008, subió una foto a su Facebook mientras compraba uno de los famosos sánduches para manifestar su “apoyo a un gran negocio”.
En la otra esquina, los movimientos a favor de los derechos de los homosexuales tildaron al restaurante de homófobo y el partido demócrata consideró la declaración más que desatinada. Alcaldes de ciudades como San Francisco, Chicago o Washington advirtieron que las franquicias de la cadena no son bienvenidas en sus localidades.
¿Y mientras tanto qué pasa en Chick-fil-A? El adagio reza que la mala publicidad es buena publicidad y este es el ejemplo perfecto: las filas para comprar su comida se hacen cada vez más extensas. Un sánduche grasoso que ahora al ingerirse es una muestra de principios. Mercadeo y política unidos en el peor de los escenarios.
Los políticos deberían proponer con argumentos y los restaurantes vender lo que ofrecen en sus cartas. ¡Nada más! Convertir una presa de pollo en un referendo adelantado sobre los derechos de los homosexuales es una muestra del deterioro de una gran sociedad opacada por lo superfluo. Una en la que cada vez hay más espectáculo pero menos sustancia.
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