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EL QUIJOTE DE LOS NIÑOS

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01 de septiembre de 2012
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Es alemán pero se siente colombiano. Es ciego pero tiene habilidades manuales que lo hacen parecer vidente. Y a sus 81 años está más conectado que nunca con los niños. Estas son apenas algunas de las paradojas de la vida de Horst Damme , el propietario de Juguetes Damme, empresa fundada por su padre a finales de 1943.

Lo primero que señala este berlinés, mientras bebe una taza de café negro, es que ya no sabe cuántos caballitos de madera ni cuántas casas de muñecas ha elaborado en su taller, ubicado en un barrio del norte de Bogotá. Sólo tiene claro que los suyos son juguetes que responden a una visión antigua de la vida, cuando el mundo era más rural que urbano. Los niños de entonces usaban pantalones cortos y eran criaturas cándidas que creían en todo lo que les decían los mayores.

A pesar de que los pasatiempos infantiles de hoy son tan artificiosos, con sus héroes inverosímiles que lanzan llamas por la boca o vuelan tan alto como las águilas, el viejo Horst Damme se empeña de manera terca y romántica en producir sus artículos anticuados: juegos de tocador y de cocina para las niñas; tractores y camiones para los niños; columpios y teatros de títeres para ambos. Juguetes tradicionales -admite- surgidos en una época en que las diversiones de la infancia no eran impuestas ferozmente por los publicistas.

Damme se enorgullece de que sus juguetes, hechos de manera artesanal, sean prácticamente irrompibles. A finales de 2009, al término de un homenaje que le tributó la Alcaldía de Bogotá, un profesor universitario lo abordó con una revelación emotiva:

- Señor Damme, yo me pasé la infancia jugando con un camión que me compraron en su juguetería. Después se lo regalé a mi hijo, y en este momento el que juega con él es mi nieto.

Damme comprendió que aunque aquel hombre exaltaba la longevidad de los juguetes, en el fondo lo que estaba elogiando era la perseverancia de sus ideales.

Entonces se sintió justificado. Recordó de golpe que sus producciones han llegado a las manos de seis generaciones y pensó que, después de todo, se trata de un aporte significativo a la sociedad colombiana.

Por algo decía el poeta Novalis que donde haya niños felices habrá también Edad de Oro. En estos casi setenta años ha habido guerras, epidemias, sismos, maremotos, volcanes en erupción, calentamiento global, sequías, tempestades, ríos desbordados, pero ninguno de tales desastres ha impedido el venturoso funcionamiento de Juguetes Damme.

En cierta ocasión el poeta Gonzalo Arango le preguntó a su colega Héctor Rojas Herazo qué haría si le dijeran que moriría al día siguiente. Rojas respondió sin titubear: “convocaría inmediatamente un congreso mundial de niños para discutir sobre el futuro de los juguetes”.

Viendo a Damme en su taller, convertido en el último Quijote de la infancia, se siente un alivio grande: en el planeta queda por lo menos alguien que ha entendido, caramba, que los juegos de los niños no son un simple juego.

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