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El tango amargo de José Barros

10 de octubre de 2009
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La ceremonia de la condecoración había acabado. Los ejemplares del libro sobre José Barros y su vida pasaban de mano en mano. Caía la tarde. El alcalde de Medellín conversaba con los invitados en un salón del último piso de la alcaldía. El maestro, de cachaco y de corbata, se paseaba entre la gente muy emocionado. Pero sentía que le faltaba el aire. Luz Marina Jaramillo, la autora del libro, tuvo la idea feliz de llevarlo a la terraza para que se refrescara. Yo los seguí en silencio. Abajo se veían las calles del viejo Guayaquil. El maestro miró la Plaza de Cisneros. No resistí la tentación de hablarle.

Con sus manos señaló una esquina de la plaza. Dijo que había llegado a Medellín en 1930, en un vagón del Ferrocarril de Antioquia. Venía de estar un año en las minas de oro de Segovia. Allí trabajaba de ripiero. Tenía que partir piedras con un mazo. Llegó sin un peso en los bolsillos. Apenas cruzó la carrilera, fue a una prendería a empeñar su maleta y su guitarra. El dueño se quedó mirándolo y le dijo: "Mirá, hermano, más bien cogé tus cositas, tomá estos cinco pesos y me los pagás cuando podás, ¿oíste?". "Así es la gente de Medellín" dijo. Sus ojos brillaban. "A la semana ya estaba otra vez en la calle, sentado en un sardinel de Guayaquil, muriéndome de hambre. Tuve que ponerme a cantar en los bares con mi guitarra, como hacía en El Banco. Hice amigos entre las cocineras de los restaurantes, los peluqueros, los fotógrafos de cajón, las fritangueras, los vendedores de la plaza de mercado, los empleados de las prenderías y de los almacenes de ropa usada?".

El maestro fija su mirada en una acera de Carabobo. Cuenta que se quedó viviendo en la trastienda de una sancochería, entre ladrones y puticas de mala muerte. Usaba de almohada un saco de aserrín. Una vez, acosado por el hambre, en un descuido de una fritanguera, se robó una papa rellena, pero estaba tan caliente que le quemó la mano y se la tuvo que echar al bolsillo del saco. El saco era de segunda mano y el bolsillo estaba roto. La papa cayó al suelo.

Guayaquil le recuerda otras historias. Como la guitarra no le daba para el diario vivir, intentó ganarse la vida de culebrero. Después se ingenió la forma de hacer juguetes para los niños. Se metía a la plaza de mercado a venderlos a diez centavos. También compraba Dormolina por kilos en una droguería. Era una pepita que mataba las polillas. Él la empacaba en papelitos y se iba para la plaza a venderlos a grito limpio. "Entonces tenía como veinte años apenas" dice. Las noches del Guayaquil de aquellos tiempos empezaban a las diez, cuando el cansancio rendía a la gente. Entre copa y copa, él se hundió en ese mundo. Y, en medio del humo y de la música gangosa de las vitrolas, empezó a componer sus primeros tangos.

La gente le aconsejó que se presentara en las emisoras de radio. Él decidió ir a los programas en vivo de la Voz del Triunfo. Allí se conectó con el mundo de la farándula. La Voz de Antioquia organizó un concurso de cantantes en una manga de unos sastres de Guayaquil. Un tenor se robó la atención del público cantando canciones de moda como "Granada". Hasta que subió al escenario José Barros. El público lo silbó mientras cantaba su primer tango. Luego, se quedó en silencio. Los guitarristas de la emisora, para sabotearlo, lo hicieron equivocar. Él les arrebató una guitarra y se acompañó él mismo. El público empezó a gritar: ¡Esooo! En la final, a punta de tangos, José Barros le hizo agotar el repertorio al tenor. Cuando iban a declarar al ganador, el público se dividió. "Mierda, cuando el que gana es José Barros", dice. "Y viene el locutor y habla: Pero es que ustedes deben de saber que éste no es cantante, el cantante está acá, éste es un aficionado. Él que dice esa vaina, y los que estaban al frente le gritan: ¡hijueputa! Y se suben y desbaratan ese escenario. Iban a matar al tipo. Llegó la policía e hizo un ruedo. Para aplacar a la gente, el premio se repartió en dos: $150, tres vestidos de paño, y un contrato con la emisora por tres meses. Cuando salí yo, la gente gritaba: ¡Agarre la plata!... ¡La plata...! Yo agarré la plata y los vestidos. El tipo se conformó con el contrato". Así acabó el tango amargo del maestro José Barros.

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