"Inés murió después de soportar una cruel enfermedad. Al principio se enfrentó valientemente, aceptando todos los sacrificios que pudieran proporcionarle un tiempo más de vida para seguir amando a sus seres queridos. Al final y cuando vio la inutilidad de su resistencia, le pidió a Dios que acortara sus días, Dios la oyó, presto y bondadoso y por ello su muerte fue casi inesperada.
Inés nos deja a nosotros, su esposo, sus hijos, sus nietos, sus hermanos y amigos, muchos recuerdos entrañables.
Nos deja la sabiduría de sus consejos, su equilibrio, su templanza, su paciencia, su prudencia, su finura y ese amor que derramó generosamente.
Nos deja el recuerdo de la mirada de esos claros ojos y serenos, como los del madrigal inmortal, que iluminaron la belleza de su rostro, espejo de su alma.
El amor que nos dio fue tan grande, que permanecerá en el tiempo y transcenderá la dureza de su ausencia."
Con estas palabras, José Ignacio Velásquez Martínez, despidió a su esposa de toda la vida, a quien conoció en Santander, cuando trabajaba como ingeniero de minas en Ecopetrol. Inés, más que hablar, escuchaba. Tenía, pues, el don del consejo y de la palabra oportuna en el momento oportuno. Su sonrisa serena era el mejor signo de una amistad incondicional para quienes coincidimos con ella en el camino de la vida.
Carlos Ignacio, al depositar las cenizas de Inés, leyó un poema de W.H. Auden, una de cuyas estrofas queremos repetir: "Ella era mi Norte, mi Sur, mi Oriente, mi Occidente,
Mi semana de trabajo y mi domingo de descanso, mi medio día, mi media noche, mi habla y mi canción. Creí que el amor nos podía hacer eternos pero me equivoqué."
Carlos Ignacio, el hijo menor, no alcanzó a llegar de Ocala, Florida, para decirle adiós en vida, pero la lleva en el alma y sentirá su amor y su presencia en la ausencia, igual que José Ignacio, su papá; su esposa, Cristine, sus hijos, sus hermanos y sobrinos: Gabriela, Valentina y Juan Pablo; Martha Inés, Raúl, Pedro y Elisa; Juan José, María Carolina, Juan Diego y María José; y Diego, Mónica Patricia, Sebastián y Tomás. Ellos saben que Dios es eterno, y el amor, perenne.
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