Dos cosas hacían muy feliz al padre Jaime Ossa Toro: ayudar a los necesitados y comerse una bandeja de fríjoles con arepa y chicharrón. Y eso hizo toda su vida este sacerdote, que fue cruelmente asesinado el martes y sepultado ayer en el cementerio Jardines Montesacro, de Itagüí.
Si su muerte a puñal se había visto cruel, ayer se conoció un detalle que aumentó el repudio por el crimen: al padre Jaime, quien lo asesinó, también lo golpeó con una plancha en la cabeza y el pecho.
Fue un homicidio despiadado, muy horrendo para un ser humano que su vida la dedicó a servir y que se entregó sin reparos a su labor de misionero sin esperar recompensa, dicen quienes lo conocieron y amaron.
Fue tal su amor y afán por ayudar, que aprendió de un allegado odontólogo algunos secretos de la profesión para practicarlos a las comunidades abandonadas del África.
"Él, desde niño, se inclinó por el sacerdocio, cuando se ordenó estaba muy joven y decíamos que no iba a durar, pero vea, fue ejemplar", relató muy triste su prima Margarita Duque Ossa, quien reveló otro detalle que ni la familia supo: "cuando él estuvo en Angola -entre 1982 y 1994- un grupo lo secuestró, pero él no nos dijo nada".
Su hermana Marta apuntó que no esperaron una muerte violenta para él, "nos sorprendió, nunca imaginamos algo tan horrible, creo que quienes lo mataron eran conocidos a los que él les abrió la puerta para ayudarlos", dijo con sus ojos llorosos.
La homilía
Fueron cientos, tal vez más de mil, las personas que se congregaron ayer en el Seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal, frente a la iglesia de Emaús, a escuchar la eucaristía de adiós.
La ceremonia fue presidida por el arzobispo de Medellín, monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, quien no ahorró adjetivos para destacar el legado del padre.
"Fue la suya una vida vivida con sencillez e inmenso optimismo, fue un servidor sin condiciones a todo el que lo buscaba", dijo el prelado.
La misa, que se inició a las 10:00 de la mañana y culminó pasadas las 12:00, estuvo llena de cantos, mucha gente vestida de blanco y toda la comunidad, "como a él le habría gustado", dijo monseñor Giraldo. Hubo eso y más.
Sobraron alabanzas para el padre, que en sólo tres años dejó una huella profunda en Calasanz, Ferrini y los barrios vecinos.
"Nos deja una gran tristeza, para la iglesia y en lo personal, porque lo conocí, era un ser humano extraordinario", añadió monseñor Giraldo a EL COLOMBIANO.
Pero sin duda, la más grande huella la dejó el padre Jaime en el pueblo.
"Con el tiempo, la gente de Medellín se va a dar cuenta de la calidad de hombre que perdió... al que cometió el crimen deben capturarlo y aplicarle la ley", manifestó Rodrigo Hoyos, feligrés de Robledo.
Por el momento, hay un indiciado de 16 años como principal sospechoso.
Fueron muchos los testimonios que elogiaron la obra del padre Jaime, pero el más grande lo dio la más chiquita, Lina Marcela Rodríguez, una niña de sólo ocho años que relató en sus palabras lo que le queda como recuerdo:
"Él nos dio cuadernos, lapiceros y libros para estudiar a muchos niños...".
Hasta ahí llegaron sus palabras, porque Lina estalló en llanto. Y cuando un niño llora por la muerte de un adulto, es porque tiene de él recuerdos grandes. Eso me quedó claro del padre Jaime. Por eso su muerte a puñaladas y golpes, fue demasiado dolorosa. E inmerecida, teniendo en cuenta que ya tenía 70 años.
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