La grave crisis de Grecia, y con ella la del resto de la Unión Europea, demuestra, entre muchas otras cosas, que el camino de la política no siempre conduce hacia el de la economía. También, que la frase lacónica del primer ministro griego, Yorgos Papandreu, de que "la democracia no puede estar supeditada al apetito de los mercados", suena a peligrosa demagogia y contradice sus propias decisiones.
La propuesta de Papandreu de convocar a un referendo para que sea el pueblo el que decida si aprueba o no un segundo paquete de rescate por 110 mil millones de euros acordado hace poco más de una semana con sus socios de la zona euro, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, no deja de ser una jugada riesgosa, al mejor estilo de un apostador astuto que pretende salvar su reputación, así lo demás esté perdido.
El primer ministro griego ha sacrificado a sus aliados en el Parlamento, y las calles de Atenas llevan dos años agitadas por las protestas de cientos de miles de ciudadanos que, de un momento a otro, pasaron de las camas tendidas y el desayuno en la mesa, al polvo y el hambre del asfalto griego.
De ahí que someter a la voluntad popular el plan de rescate no es otra cosa que aplicar la estrategia de Poncio Pilatos. Solo que ahora, la condena al futuro de Grecia compromete a toda la Unión Europea, víctima cómplice del camino de espinas al que la llevaron sus propios gobernantes, así algunos quieran ahora posar de redentores. No han sido Francia ni Alemania, precisamente, buenos ejemplos de liderazgo político ni austeridad fiscal.
Lo que más preocupa a los líderes europeos no es que los griegos aprueben o no el referendo, sino la posibilidad de que mientras eso sucede, la inestabilidad del euro y la recesión económica que sigue rondando, sepulten las pocas oportunidades que le quedan a Europa para cambiar un modelo de gobernabilidad y crecimiento basado más en el oportunismo para disfrutar los buenos momentos y huir ante los malos vientos.
El primer ministro Papandreu tendrá otra prueba de fuego este viernes, cuando vuelva al Parlamento a someter su iniciativa, en momentos en que le llegarán las mayores presiones del llamado G-20, que se reúne desde hoy en Cannes, para que retire la propuesta del referendo y evite que Grecia entre en bancarrota definitiva y no pueda ni pagar los salarios y los gastos de funcionamiento de los próximos dos meses.
Los griegos tienen derecho a opinar sobre su futuro, pero la irresponsabilidad de algunos de sus dirigentes en los últimos 20 años hipotecó ese futuro y ahora no les pertenece. Por lo menos no en materia económica. Y sin economía, no hay política que aguante.
Ese es el mensaje que ayer le enviaron el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, y la Canciller alemana, Ángela Merkel, al primer ministro Papandreu: "Que Grecia diga con claridad qué camino quiere seguir". El problema es que nadie sabe la respuesta.
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