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Huellas de minas también quedan en la mente

06 de septiembre de 2008
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Quién sabe si Alirio vuelva a arrear ganado. Justo hoy hace un mes, como a las seis de la tarde, estaba llevando los novillos del patrón al potrero cuando se paró en una mina que lo dejó viendo oscuro, casi sin sentido. El niño que lo acompañaba, compañerito del corte, lloraba y lloraba. De eso se acuerda Alirio. De su pierna izquierda casi no recuerda nada, solo que se la cortaron desde la rodilla y que le pusieron un aparato en el muslo porque la explosión también le quebró el hueso.

Alirio tiene 17 años pero parece de 13. Tiene los cachetes redondos y unos primeros vellos en el bigote. Luz Hermilda, la mamá, se vino de Ituango con dos mudas de ropa para ella y dos sudaderas para él. En la vereda El Naranjo, quedaron otros cinco niños comiendo lo que les fíen en la tienda.

"A José Alirio le gusta mucho trabajar, no salió perezoso para el trabajo, hizo hasta tercero de escuela porque quería cogerle amor al corte. Él se madruga a arriar ganado por allá por Las Brisas y siempre ha sido un muchacho muy sano. Para él no hay nada mejor que jornaliar, ganarse sus pesitos y bajar al pueblo los domingos para mecatiar y comer chucherías. ¡Eso sí que le gusta! ¡Y meterse a esos billares a jugar!", le cuenta Luz Hermilda a otra señora mientras hacen visita en el hospital.

El muchacho, mientras tanto, mira para el otro lado y cierra los ojos. Últimamente no ha querido comer.

Cicatrices en el alma
Pensando en víctimas como Alirio, que pierden una parte de su cuerpo y se ganan cicatrices mentales de por vida, la Fundación Mi Sangre y la Universidad de Antioquia, sacaron adelante el Proyecto de atención y protección sicosocial para víctimas de la violencia, que arranca justo este mes.

Este es un nuevo modelo de atención cuya idea es aliviar o resolver los efectos del trauma que deja en una víctima la explosión de una mina antipersonal, que este año, sólo en Antioquia, ya ha afectado a 35 personas.

El siquiatra Jorge Ospina Duque, encargado de coordinar el proyecto, explica que quienes han sido víctimas de un hecho tan violento como lo es toparse con un explosivo "pierden con frecuencia la capacidad de resurgir de la adversidad para adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa".

Por eso se conformó un equipo con siquiatras, sicólogos y terapeutas de familia "que irán hasta los lugares de residencia de los pacientes y tratarán patologías como ansiedad, depresión y estrés postraumático", dice Ospina.

Los problemas son más menudos. Las secuelas en niños y adultos van desde el miedo, la rabia y la tristeza, hasta la culpa, la soledad, el aislamiento, la depresión, la incapacidad de expresar emociones, la desesperanza, la pérdida del sentido de vivir y el comportamiento autodestructivo representado en el abuso de alcohol, drogas o incluso el suicidio.

En esta primera etapa del proceso serán atendidas 153 víctimas con sus familias, en cinco municipios del oriente de Antioquia: Granada, Cocorná, San Francisco, San Luis y San Carlos.

Grupos de apoyo
El médico Jorge Ospina Duque es enfático al advertir que el país necesita con urgencia una política pública que atienda las necesidades psicológicas de las víctimas de la violencia, en particular de las personas que han sido afectadas directa o indirectamente por una mina.

Él, como jefe del Departamento de Siquiatría de la Universidad de Antioquia, afirma que además de atención médica y rehabilitadora, las víctimas necesitan un tratamiento sicológico. "Que sientan aliviada su alma para enfrentar nuevamente el mundo", señala.

El proyecto fue ganador de la convocatoria abierta por Mi Sangre, y cuenta con fondos de la institución creada por Juanes y otros aportes del Gobierno alemán que suman recursos por el orden de los 360 millones de pesos.

Este trabajo con víctimas de minas incluirá la contratación de equipos locales de apoyo en los cinco municipios donde se enfocará inicialmente el proyecto. La idea es que sea personal de la salud, ONG o representantes de la comunidad, que serán entrenados para evaluar a las víctimas.

Esta idea está pensada para un lapso entre uno y dos años, durante los que se atenderá a este grupo de 153 personas, de las cuales el 30 por ciento son niños y todas se encuentran por debajo de la línea de pobreza.

También hacen parte de ella el Club Rotario Internacional, la Vicepresidencia de la República, la Gobernación de Antioquia, la Alcaldía de Medellín, las alcaldías de los cinco municipios beneficiados, el Hospital San Vicente de Paúl y el Gobierno de Alemania.

Alirio no está entre el grupo de víctimas que serán atendidas por sicólogos y a las que se les intentará curar el alma para vuelvan a creer en sí mismos. En unos días él regresará a El Naranjo, en Ituango, y tratará de explicarse por qué le pasó lo que le pasó. Mientras tanto aprenderá a caminar con la prótesis y, a lo mejor, hasta vuelva a arrear ganado.

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