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Huellas en los muros

El invierno deja en Antioquia un aproximado de 140.000 damnificados, víctimas de inundaciones y deslizamientos. De los 125 municipios, 97 fueron los que más sufrieron los inclementes aguaceros.

  • Huellas en los muros | Juan Fernando Cano | El 5 de diciembre de 2010, en el sector Calle Vieja, del municipio de Bello, una avalancha dejó a 82 personas muertas, en su gran mayoría niños. En 14 días los organismos de socorro rescataron los cuerpos de todas las víctimas.
    Huellas en los muros | Juan Fernando Cano | El 5 de diciembre de 2010, en el sector Calle Vieja, del municipio de Bello, una avalancha dejó a 82 personas muertas, en su gran mayoría niños. En 14 días los organismos de socorro rescataron los cuerpos de todas las víctimas.
12 de febrero de 2011
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Ya no hay casi nada, están caídos o semidestruidos. Son muros de adobe o cemento que están a punto de desaparecer y que a pesar de su aparente insignificancia, lo significan todo.

Todo porque son los muros de la casa, esa que todos sueñan construir o tener algún día. Esa que en un segundo se esfumó sin tener en cuenta el esfuerzo que se hizo para obtenerla.

El invierno, que está regresando, marcó a todas las personas. A unas, porque les destruyó sus casas, ese nido de amor, el lugar donde se protege y se levanta la familia; y a otros, porque nos arrugó el alma al ver todos los desastres que ocasionó a su paso y que movió los corazones hacia la solidaridad.

Después de la tragedia, después de que la fuerza de la naturaleza parece borrar todo, algo queda. Queda la huella, el rastro. Quedan las marcas que se niegan a desaparecer para comunicar algo. Quedan ahí, para decirles a quienes no saben nada de nada de quienes habitaban en esas casas, de lo que esos muros sostenían y guardaban, de la cotidianidad que había en el interior de ellos y de los sueños que albergaban, que ahí hubo vida y que solo fue necesario un segundo para que todo se derrumbara frágilmente, como un castillo de naipes.

No importan los materiales que se emplearon para levantar los muros ni lo fuertes o sólidos que pudieran estar, la casa, cualquiera que sea, es levantada con la idea de poder siempre vivir en ella. Es la cajita donde está lo más preciado. Lo que se respeta, se cuida y se valora por más sencilla que sea.

Pero la inclemencia del invierno y la fuerza de la naturaleza actúan con tanta decisión como cuando se inicia la construcción de la casa. Naturaleza y hombre, irracionalmente, ya no conviven, cada una parece luchar por su espacio cuando lo cierto es que ambos están ahí para prestarse un beneficio mutuo.

Ahora, en los muros queda el rastro. La prueba. La señal de que ahí alguien se levantó a preparar el almuerzo, a conectar el radio, a extender la ropa mojada, a sentarse a descansar. Queda la señal de una familia y de muchos sueños que, en algunos casos, ya no tienen quién los sueñe y en otros, tendrán que comenzar de cero.

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