Hasta luego, y ojalá nunca tenga que volver por acá". Esas fueron las palabras con las que el ingeniero Santiago Correa me despidió de su pequeña oficina en la Universidad Eafit. Parecen bruscas, pero no lo son, teniendo en cuenta que él, al lado de otros 4 ingenieros, desarrolla desde 6 años un producto denominado Implantes Craneales a la Medida, que no son otra cosa que fragmentos sintéticos que reemplazan partes del cráneo cuando se sufre un accidente.
De apariencia tranquila, palabras pausadas y mirada analítica, Santiago asumió en el 2007 la dirección del Grupo de Investigación y Bioingeniería de las Universidades Eafit y CES. Institución que existía desde hacía 14 años dedicada a explicar y resolver problemas médicos y odontológicos, pero que con su llegada se concentraría en "ayudar a personas que han perdido partes del cuerpo, articulaciones y porciones de cráneo" indica este ingeniero medellinense.
Esa explicación, más los moldes y figuras tipo "calavera" que hay en la oficina de Santiago llevan, sin duda, a agradecerle aquellas palabras con las que me despidió.
Implantes made in Medellín
Hasta hace un par de años, si un paciente requería que una parte de su cráneo fuera reemplazada, ésta debía ser traída de Alemania, Estados Unidos o Francia. Y aún así, la pieza venía con ciertas medidas, lo que indica que si no encajaba tocaba limarla, al estilo de los mejores talleres de mecánica, hasta que se acoplara.
Esta dificultad y los constantes accidentes de tránsito en Medellín, especialmente de motociclistas, donde se compromete el cráneo de las personas, llevaron a que el Grupo de Investigación y Bioingeniería de las Universidades Eafit y CES unieran sus esfuerzos. Esto, para desarrollar una tecnología que no solo permitiera elaborar los implantes a la medida, sino que fueran hechos en Medellín y a un costo accesible para las personas que necesitan acceder a ellos, que en su mayoría son de escasos recursos económicos.
"Antes una de estas piezas valía 60 millones de pesos, ahora nosotros solo importamos los materiales, el radiólogo hace una tomografía del cráneo afectado, nos la envía en un CD, y nosotros tenemos la tecnología que nos permite elaborar el implante a la medida", explica el ingeniero Santiago Correa.
"¿Y cuánto vale?", le pregunté. "Barato", respondió. "Entre 3 y 15 millones de pesos dependiendo del tamaño, la complejidad y el material. Hay piezas que son en titanio puro, otras en polimetil metacrilato (PMMA), y algunas en peek".
Una real satisfacción
Sin embargo, para Santiago, y los otros 4 ingenieros que lo acompañan no deja de ser una "odisea" el saber que son vidas las que están dependiendo de la efectividad de su trabajo.
"Lo que más nos impacta es saber que toda intervención en la cabeza de un paciente lo afecta positiva o negativamente. Pero uno como investigador siempre sueña con que sus proyectos tengan un buen impacto en la sociedad. En este caso buscamos que nuestra innovación llegue a la cama del paciente. O sea, hay personas de carne y hueso que se están beneficiando de él. Esa es nuestra real satisfacción. Eso sin contar que con este trabajo ya hemos intervenido a varios niños. Sabemos que ellos deben seguir su vida normal, saltar y jugar fútbol", afirma el ingeniero Santiago, dejando escapar un leve suspiro.
Pero ese suspiro se hace más profundo al preguntarle ¿Y cuántas vidas cree usted que ha salvado con estos implantes? guarda silencio por uno segundos, luego levanta la mirada por encima de sus lentes y dice "yo creo que unas catorce, aunque pueden ser más. Pero ojalá no tengan que volver por acá".
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