Que el Dane haya reportado ayer que la tasa inflación de octubre fuera de 0,16 por ciento y que para el año corrido acumula un alza de 3,25por ciento, es probable que a muchos colombianos no les diga mayor cosa.
Además que la cifra acumulada al décimo mes del año fuera superior en 1,36 puntos porcentuales a la registrada para igual período del año 2013 (1,89 por ciento), tampoco podría asustar.
No obstante, cuando dicen que San Andrés fue la ciudad más cara de Colombia en ocubre, con un incremento del 0,65 por ciento en los precios; seguida de Cúcuta, con 0,42 por ciento, y de Pasto con 0,25 por ciento, empieza a generar preocupación entre sus habitantes. Medellín ocupó el sexto lugar en costo de vida al registrar un incremento de precios de 0,19 por ciento.
Pero, de fondo, lo que impacta es que mes a mes se afecta el bolsillo de las personas porque se encarece el mercado, o, por lo menos, la canasta de productos básicos.
Termómetro
La inflación es uno de los principales termómetros para determinar la buena o mala salud de cualquier economía nacional, pues señala cuánto sube o baja el nivel promedio general de los precios que pagan los consumidores finales.
Esto se mide con el Índice de Precios al Consumidor (IPC) para lo que el Dane estipula una "canasta familiar" que cuenta con más de 400 artículos o categorías, que puede demandar un hogar, sea de ingreso alto, medio o bajo. Todos esos bienes o servicios son ponderados dentro del promedio de gastos que tengan los hogares.
El Dane no merca, como algunos suponen, pero sí revisa la variación precios de ese listado en más de 70 mil sitios del país, desde plazas de mercado, droguerías, tiendas y hasta grandes superficies, como ha explicado el director del Dane, Mauricio Perfetti.
Ahora, ¿de qué sirve saber la variación mensual, año corrido o anual del IPC? Para el consumidor final es una referencia de cuánto es el crecimiento generalizado y continuo de los precios que paga en un periodo de tiempo. Así puede saber cuánto valor pierde o gana el dinero con que compra en relación con sus ingresos.
Ni tanto que queme al santo
Por ejemplo, un alza generalizada de la inflación se convierte en un "impuesto a la pobreza", pues restringe la posibilidad de compra particularmente en los hogares de menos ingresos, mientras las clases medias y altas se miden en el gasto. En los tres casos, hay menos probabilidad de pagar créditos o pensar en acceder a uno para adquirir bienes que van desde la vivienda hasta un viaje.
"Una inflación creciente significa una redistribución del ingreso en contra de la población más pobre", ha sentenciado el Banco de la República, la entidad que tiene el mandato de mantener controlada la inflación en los niveles más saludables para la economía.
En tal escenario, se desalienta la demanda de productos, especialmente los de consumo masivo, lo que pasa una alta factura al que los produce, los transporta, los comercializa y quien los financia. Es decir, el efecto negativo es generalizado para todos los sectores de la economía que verán cómo su oferta es más costosa y menos competitiva.
Un menor consumo se traduce en menos ventas y producción, se golpean las exportaciones, se cae la generación de empleos, hay menos recaudo de impuestos, por tanto, reducción en inversión social en los que más lo necesitan.
Y un país en esas condiciones no es un mercado nada atractivo para el extranjero que busque invertir y maximizar sus beneficios.
Todas esas consecuencias se reflejarán en un menor incremento en el Producto Interno Bruto (PIB), el termómetro con que se mide el crecimiento económico de los países.
Ni tan poco que no lo alumbre
Pero la solución para el bolsillo de los consumidores finales ni para los productores al obtener materias primas baratas, no es tener una inflación cero o negativa, a lo que se llama deflación.
"Así como una alta inflación llama en el futuro una mayor inflación, una deflación implica menos dinámica del consumo, menos interés en producir productos o servicios y es un riesgo de caer en una crisis, no se genera riqueza", explica José Manuel Restrepo, rector del Colegio de Estudios Superiores de Administración (Cesa).
Esa realidad de una paralizante disminución de precios ya la vivió Japón con altos costos para su economía y el bienestar de sus habitantes. También Europa, con su lenta recuperación, ha visto como algunos de sus países han entrado temporalmente en recesión acompañada de inflación negativa. Al final, pagan todos.
Una deseable inflación
De ahí que la mejor receta hasta ahora para los países, es mantener una tasa de inflación controlada, sin altas variaciones, al tiempo que en niveles bajos (ver Análisis).
De esa forma, también se permite asegurar la buena salud de otro indicador económico de alto impacto como la tasa de cambio: el valor del peso frente al dólar en el largo plazo.
Esa tarea la tienen dentro de sus mandatos, usualmente los bancos emisores. En el caso colombiano, el Banco de la República ha manejado las políticas monetarias para que la inflación colombiana ronde la media del 3 por ciento.
Para ello se vale de complejos estudios prospectivos y de una herramienta con efecto retardado. Se trata de su tasa de referencia, revisada cada mes: en escenarios futuros de inflación baja, estimula el consumo (tasas de crédito más bajas) o, en el caso contrario, restringirlo para evitar que el costo de vida aumente.
Por ahora, una inflación controlada y estable, aunque no sea del agrado de muchos que se preguntan "dónde merca el Dane", es una de las fortalezas de la economía colombiana, más cuando soplan vientos de menor demanda externa para 2015.
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