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LA BUFANDA, ESA TENUE TERNURA

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09 de agosto de 2013
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No fue sino que un aguacero interrumpiera el sofocante verano que hemos venido soportando, para que se me desataran la tos y el malestar de una de esas gripitas que dejan como secuela los días calurosos.

Me sentía mal, pero para evitar ir a perder tiempo y paciencia a la EPS, recordé y puse en ejecución lo que alguna vez me dijo un médico amigo: lo mejor es que uses bufanda.

¿Dónde estaría mi bufanda? Como ya casi nadie usa esta desueta prenda, me tuve que poner a buscarla por cajones y escaparates. Al fin, en un medio de toses y estornudos y una imparable "mocosiadera", la encontré en el fondo del ropero, entre vestidos viejos (o nuevos que no se usaron sino en una ocasión solemne). Allí estaba, enroscada como una serpiente en estado de hibernación. Apenas la tomé entre mis dedos, se estiró perezosa, trémula, y como un viejo amor recuperado, se me echó al cuello en un abrazo cálido.

Y ahí sigue, boa desleída que me constriñe suavemente; pulpo de lana que impensadamente adquiere tentáculos movedizos; huella lejana del abrazo tenue de la primera novia adolescente o herida viva del apasionado abrazo de la persona amada; recuerdo dulce del aferramiento del hijo pequeño en busca de la seguridad paterna.

La bufanda. Un breve y sutil himno a la ternura. O, si usted quiere, conjuro de la soga de la horca, antídoto contra temores de ahogo y estrangulamiento. De pronto, también, estola de la callada liturgia de la soledad, testigo de silencios y oraciones.

Según Corominas, viene del francés "bouffante", y este del participio del verbo "bouffer", que significa inflarse. Y este, como todos los vocablos similares de las lenguas romances (bufar, bofe, bufido y otros asociados con la idea de soplar) tiene su origen en el sonido onomatopéyico "buf", que resulta de expulsar aire por la boca teniendo las mejillas ahuecadas o henchidas.

Vean, pues, cómo esta incursión por la etimología nos lleva al rito, casi inconsciente, de ir descargando en la bufanda suspiros, soplos, toses y bufidos. Ese contacto con el propio hálito, con el propio "pneuma", que es espíritu en griego, (y como tal se nombran también el Espíritu Santo y el soplo creador de Jehová) ya crea una simbiosis, una intimidad honda y esencial con la prenda que se enrolla desmadejada en nuestro cuello.

Voy por la vida con mi bufanda al cuello. Me miran con extrañeza. Puedo ser un dandy. Tal vez un poeta insomne o un vagabundo sin rumbo. Un excéntrico. No me importa. Me siento bien con este abrazo de la bufanda detenido en mi cuello.

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