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Con barco a vela reviven el oficio de la carpintería naval en costa de Urabá

En un astillero de Turbo, un maestro le transmitió los secretos de un saber ancestral a seis aprendices. Ahora sueñan con crear la primera escuela de barcos de la región.

  • Algunos de los estudiantes de la carpintería naval en el municipio de Turbo. FOTO: Manuel Saldarriaga
    Algunos de los estudiantes de la carpintería naval en el municipio de Turbo. FOTO: Manuel Saldarriaga
31 de mayo de 2025
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En la bahía El Uno, de Turbo, en el astillero de los hermanos Coneo, un esmaltado velero está soportado en un andamio a la espera de conocer el mar. Parece un viajero del tiempo, un modelo de otro siglo. No lo mueve el viento todavía, sino la curiosidad: lo construyeron seis jóvenes sin experiencia, bajo la guía de un viejo maestro que lleva más de medio siglo haciendo flotar la madera en los ríos del Chocó y el mar Caribe. Esta aula al aire libre hace parte de un intento por recuperar un oficio que parecía condenado a naufragar: la carpintería de ribera.



Resulta que en Turbo está la más grande concentración de lanchas de cabotaje de madera del país. Ni en Tumaco, Buenaventura o Cartagena existe semejante volumen de embarcaciones hechas en madera, lo que evidencia una actividad portuaria intensa, casi única en el país. En las riberas de sus ríos y en las costas del Golfo hay todo tipo de barcazas: canoas, piraguas y del tipo alcatraz de dos puntas, fabricadas con prácticas que incorporan saberes afrocolombianos, indígenas y hasta europeos, porque es una práctica ancestral y generacional en estos litorales.

Pero este arte —también conocido como ebanistería de ribera o carpintería naval, que consiste en reparar y construir embarcaciones de madera— entró en vía de extinción por la llegada de nuevos materiales y la industrialización de la fabricación de embarcaciones hace un par de décadas.

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En medio de una búsqueda por recuperar el patrimonio cultural de la región, apareció en esta historia Ruth Cantillo, directora de la Corporación Social y Cultural CocoBalé. Teniendo en cuenta la tradición portuaria y la historia de Turbo, ligada a las aguas de sus ríos y del mar, hizo una indagación preliminar en la Costa Norte y encontró que el único lugar donde sigue activa la carpintería de ribera es en Turbo. Pese a que hace 40 años no se hacen barcos nuevos, todavía hay maestros que restauran barcos de madera.

Ruth, junto al sociólogo de origen holandés Gerard Martin, vicepresidente de CocoBalé y coordinador del proyecto, se dieron a la tarea de no dejar morir este saber ancestral. Primero visibilizaron a los ebanistas de ribera y su quehacer; luego se propusieron elaborar un barco para garantizar la transmisión del conocimiento con la mecánica del programa nacional de Escuela Taller, que consiste en un maestro que enseña a los aprendices mediante la práctica en un aula viva y al aire libre, en la bahía El Uno.

A cambio de ser aprendices, a los jóvenes les ofrecieron herramientas y un maestro: Luis Miguel Coneo, el último de una dinastía de constructores de barcos del Urabá.

Tradición centenaria

Según los rastreos de Ruth, la ebanistería de ribera se remonta a la época de los primeros indígenas de la región, que elaboraban sus embarcaciones para faenas de pesca y transporte. Con la Colonia se potenció ese proceso y hay evidencias. En Turbo encontraron dos cañones que datan del siglo XVI y que revelan que, a las desembocaduras de los ríos, arribaban los barcos para repararlos.

Una reseña histórica de uno de esos cañones, realizada por la gestora cultural Aciria Robledo Rentería, relata que la bahía de Turbo —o bahía Pisisí— fue refugio de barcos mercantiles, negreros y piratas de Inglaterra, Francia y Holanda durante casi 250 años (1540–1787). Aliados con los indígenas cunas, combatieron contra un enemigo común: España.

En estos barcos traían mercancías que intercambiaban con los indígenas por la concha de la tortuga carey. Con los cañones de sus naves y las flechas venenosas de los cunas, los piratas lucharon contra los españoles. Ante tal resistencia para poblar o colonizar esta parte del golfo, los conquistadores trasladaron su base hacia el otro costado donde fundaron Santa María del Darién.

Hoy en día se mantienen activas dos rutas con barcos de madera: una que sube por el río y llega a las cabeceras del Atrato; y otra que lleva víveres a las islas San Blas, en Panamá, y que de allá se viene cargada con cocos. Es particular —cuenta Ruth— que, en el pasado, una unidad de medida para saber la capacidad de una embarcación era el número de cocos que podía transportar: una mediana, para 20.000; una grande, para 100.000.

Con ese bosquejo histórico, CocoBalé nació en 2022. Presentaron el proyecto al Ministerio de Cultura y ganaron recursos para desarrollarlo. Hicieron una convocatoria para conseguir aprendices ofreciendo un incentivo para los pasajes. Llegaron seis jóvenes que, durante 250 horas presenciales, junto al maestro Luis Miguel, aprendieron a diseñar embarcaciones, seleccionar maderas, construir quillas y sobrequillas, montar esqueletos con cuadernas provisionales, instalar las cuadernas definitivas, galafatear, masillar, lijar y trabajar con maderas en el taller y el astillero.

Cuenta Gerard Martin que la pérdida del saber hacer barcos de madera no solo ocurre en Colombia; sin embargo, en Europa, Estados Unidos, el Caribe y Brasil se han hecho esfuerzos para rescatar el patrimonio a través de escuelas de construcción de navíos. Allí restauran embarcaciones para actividades turísticas y privadas, compran, restauran y alquilan yates de madera. En Marsella, Francia, hay un astillero que se enfocó en las embarcaciones de pesca. La Unesco está involucrada en el tema y el Ministerio de Cultura de Colombia tiene planes.

El salón del maestro

Luis Miguel Coneo tiene 68 años, 53 de ellos dedicados a la carpintería naval. Ha trabajado en todo el golfo, en zonas de bajamar y en astilleros improvisados. Recuerda que subía hasta las cabeceras del Atrato para hacer barcos; trabajó en Quibdó, Riosucio, Vigía del Fuerte, en Acandí y hasta en Cartagena.

—Mi abuelo Marcial Coneo era constructor de barcos. Caminó por toda esta región, pero estaba radicado en Acandí. Mi papá, Miguel Marcial, y mis tíos aprendieron con el abuelo. Mi familia se radicó en Turbo y acá empecé a trabajar con mi papá en el taller. Había abundancia de trabajo; hasta venían familiares de Isla Fuerte, Cartagena y Moñitos que también sabían el arte. Armábamos desde botes pequeños para pescar hasta barcos de carga de pasajeros que iban entre Cartagena y las cabeceras del río Atrato, con capacidad para 70 u 80 toneladas. El más grande que hicimos fue de 240 toneladas, que hacía recorrido entre Colón (Panamá) y Turbo trayendo mercancía, cuenta el maestro.

Dice que el declive del oficio empezó cuando llegaron los barcos de fibra, que no solo tenían más capacidad de carga, sino que ofrecían mayor seguridad para el transporte. A raíz de varios naufragios, las empresas empezaron a exigir pólizas de responsabilidad y llegó un momento en que las embarcaciones de madera no eran avaladas por las aseguradoras.

—Nos tocó adaptarnos a la fibra de vidrio hace más de 10 años, pero nunca dejamos de lado la carpintería, porque ambas modalidades tienen armazones de madera. La juventud no se interesó mucho en aprender la carpintería de ribera y los talleres se fueron acabando, añade.

Invitado por CocoBalé, el maestro Luis Miguel acudió dichoso a compartir sus saberes. Dentro del proyecto decidieron construir una embarcación tipo goleta, que se pudiera usar con remos, motor fuera de borda y vela con un mástil. Fusionaron varios tipos de barco hasta que construyeron los planos de una barcaza de dos metros de manga por seis metros de eslora, ideal para aguas poco profundas.

Empezaron en septiembre pasado. Los aprendices no tenían ningún conocimiento previo. Lo primero que les enseñó el maestro fue el uso de herramientas de mano y eléctricas, principios básicos de seguridad, lectura de planos, partes de la embarcación —quilla, proa, popa—, cómo tomar las medidas, cómo se estructuraba cada cuaderna, cómo se inmuniza el roble y el cedro, y cómo se galafatea (la operación de cerrar las juntas de las tablas para evitar filtraciones de agua).

Yeider Cuesta Perea, de 18 años, cuenta que lo apasionó el proyecto desde que lo conoció. Al comienzo le parecía imposible construir un barco desde cero, pero ahora que están en los toques finales para su estreno, siente orgullo del proceso y quisiera seguir vinculado: “Es algo que ha marcado mi vida”.

—Se siente muy bonito ver el proyecto terminado. Ya este barco pide agua. Muchos que conocen quedan sorprendidos de que hayamos construido un barco a vela desde cero. Hay mucha gente interesada en aprender, cuenta Mateo Gaviria, otro de los aprendices.

Esta goleta que construyeron el maestro Luis Miguel y sus seis aprendices es apenas uno de los proyectos de CocoBalé. El próximo reto será rescatar una canoa abandonada de seis metros, que tiene 40 años, para restaurarla, copiarla y hacer una pequeña flotilla. Luego sueñan con elaborar una embarcación para 35 pasajeros que cubra la ruta Turbo–Santa María del Darién.

Gerard Martin cree que este es un proyecto de futuro, que puede ofrecer pequeños veleros de madera para navegar en la bahía. “Queremos trabajar con ellos para que sea una línea de negocio en el astillero, con una escuela para los jóvenes. Es una oportunidad, por la nueva vía van a llegar más turistas que querrán tener un velero para navegar por la bahía”, dice. También avanzan en gestiones para visitar astilleros en Holanda y explorar las posibilidades de un intercambio.

Sueñan con crear una escuela de barcos que no solo les enseñe a los jóvenes a construirlos, sino también a navegar, para recuperar una historia centenaria que se mantenga a flote entre el río y el mar.

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