Hace pocos días se celebró el aniversario número 25 del holocausto del Palacio de Justicia. El miércoles 6 de noviembre de 1985, el grupo narcoterrorista M-19, financiado por Pablo Escobar, se tomó el más sagrado templo de la justicia en nuestro país. Ejecutaban la Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre. Hasta el cinismo criminal brotaba de la forma en que denominaron lo que hicieron.
El comando terrorista asesinó, masacró y torturó a todo aquel que encontraba a su paso. Por ejemplo, el comandante terrorista Andrés Almarales asesinó con un tiro en la cabeza al Magistrado Manuel Gaona Cruz cuando este último salía de un baño, en el tercer piso del recinto. Los asesinos remataron con una brutal hoguera que destruyó miles y miles de expedientes de peligrosos delincuentes.
¿El objetivo? Sembrar terror y hacerle un juicio al Presidente. En mis tiempos eso se llamaba intento de golpe de Estado y era castigado con las más severas penas. Y, por supuesto, el otro móvil del crimen: incinerar los expedientes que comprometían al más sanguinario de los asesinos que hemos tenido que padecer: Pablo Escobar, gran mecenas del M-19.
En medio del caos, los colombianos pudimos ver a un valiente coronel prepararse para enfrentar con su tropa la arremetida terrorista. Jairo Pulgarín, periodista, le preguntó al recio oficial: "¿Qué está haciendo el Ejército?". Este respondió: "Mantener la democracia, maestro". Contra el fuego nutrido del comando asesino, el Ejército liberó el Palacio y restauró el orden en medio de la calcinación. La mayoría de los colombianos nos sentimos orgullosos de ese oficial de entonces, porque gracias a él y a sus hombres cesó la horrible noche. Gracias a él y a sus hombres, el narcoterrorismo entendió que nunca podría prevalecer sobre las instituciones democráticas. Gracias a él y a sus hombres se defendió la vida y la libertad de todos los colombianos.
Pero ¡oh sorpresa!, cuando los colombianos esperábamos las más fuertes condenas a los responsables, directos e indirectos, explícitos y tácitos, nominales y reales, de semejante crimen contra la República, el mundo se puso patas arriba. Quienes debieron haber ido a la cárcel se dedicaron a disfrutar de las mieles del poder. Han sido ministros, gobernadores, senadores, diplomáticos y demás. ¡Hasta han aspirado a la más alta magistratura del Estado!
Y, mientras tanto, los verdaderos héroes han sido encarcelados. Ese valiente oficial, mi coronel Plazas Vega, que mantuvo la democracia en esa oscura noche, hoy está privado de la libertad mientras apela una sentencia de 30 años de prisión, después de un proceso penal que deja muchas dudas.
El testigo estrella es un cabo de apellido Villamizar, que no aparece por ningún lado y que declaró barbaridades que Plazas Vega habría cometido durante la noche del holocausto.
Pero esa noche el supuesto testigo se encontraba en el Meta. Por otro lado, el más vehemente representante de las víctimas que pidieron la condena de Plazas Vega, un señor René Guarín, terminó reconociendo su militancia en el grupo terrorista M-19, autor del holocausto. Guarín, además, estuvo en la cárcel por secuestro.
Es más, ¿por qué querría el Ejército asesinar y desaparecer las víctimas del mismo grupo terrorista? Eso a nadie le cabe en la cabeza. De hecho, la investigación original concluyó que los desaparecidos fueron realmente asesinados por el M-19 en el cuarto piso del Palacio. Todas estas dudas han llevado a la misma Procuraduría a apelar también la sentencia.
Todos los colombianos sabemos que usted, mi coronel Plazas, ¡sí mantuvo la democracia, maestro! Gloria y honor a usted y a todos los héroes que cumplieron con su deber. ¡Clamamos justicia!
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