La Cumbre del Clima de la ONU que se realiza en Durban (Sudáfrica) ha vuelto a mostrarnos imágenes de una tragicomedia en la que cada quien trata de salvar su vida, sin pensar que la supervivencia del Planeta depende de lo que hagan todos juntos. Solo que el tiempo para actuar se acaba y, como tantas otras veces, nadie parece dispuesto a dar el primer paso.
O por lo menos no en la dirección correcta. Mientras Estados Unidos sigue por fuera de los acuerdos sobre emisiones de gases de efecto invernadero suscritos en el Protocolo de Kioto, los países emergentes insisten en que la única fórmula válida es seguir recibiendo de las grandes potencias multimillonarios recursos para compensar sus emisiones, pero sin tener que comprometerse a reducir las propias.
Esa especie de ley del embudo ha provocado que en vez de sumar aliados, algunos se retiren. Pasó con Japón, Rusia y Canadá, y como van las cosas en Durban, copia dramática de lo que pasó en los dos últimos años en Copenhague y Cancún, el fracaso será la gran conclusión de la Cumbre.
La situación, que muchos ven como de menor preocupación porque no creen que el cambio climático sea una realidad, sino un invento, entre ellos Estados Unidos, se torna aún más compleja y peligrosa, porque la Unión Europea ha dicho que no es posible mantener Kioto si los países emergentes (China, Brasil e India) no se suman a los acuerdos, con carácter vinculante, del Protocolo, que se quiere prorrogar hasta 2020.
En esa Torre de Babel en que se han convertido las cumbres sobre cambio climático, pero en las que nadie habla el idioma de la sostenibilidad ambiental, no dejan de ser campanazos de alerta hechos tan reales como que 2011 fue el año más caliente del Planeta desde 1850, cuando comenzaron las mediciones de la temperatura de la tierra. Y peor: los trece años más cálidos se han producido en los últimos 15 años, desde 1997, según datos divulgados en Durban.
Una realidad que no es ajena a nosotros. De hecho, el último reporte del "Índice de riesgo climático", elaborado por una organización no gubernamental europea llamada Germanwatch, que participa en la cumbre en Sudáfrica, situó a Colombia en los tres primeros lugares de los territorios del mundo más afectados por el clima en 2010, junto a Guatemala y Paquistán. No hacen mucha falta las evidencias: los más de tres millones de damnificados y las cerca de 200 víctimas por el invierno del último año nos ponen en un situación de extrema vulnerabilidad climática.
El panorama se hace más desalentador que la falta de voluntad de las grandes potencias. Las emisiones de gases de efecto invernadero alcanzaron cifras récord en 2010, pese a que la demanda de energía por la crisis económica mundial disminuyó. Según la Agencia Internacional de la Energía, el mundo tiene cinco años para limitar el calentamiento global a cifras tolerables. De lo contrario, el exceso de calor ya registrado provocará más inundaciones, ciclones, aludes y sequías.
De ahí que Colombia no pueda esperar grandes acuerdos en las cumbres para comenzar a implementar una política ambiental sostenible frente a esa lapidaria realidad. Y el primer paso que hay que dar es cortar de raíz con la tala de bosques, la explotación minera ilegal y los cultivos ilícitos. Se nos agota el tiempo.
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