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La ladrona de libros, de Brian Percival. Desorden de personalidad

  • La ladrona de libros, de Brian Percival. Desorden de personalidad
14 de marzo de 2014
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En Antz, aquella comedia animada en la que Woody Allen le ponía la voz a Zeta, la hormiga indecisa y neurótica que la protagonizaba, había una escena de batalla en la que uno de sus compañeros era herido mortalmente. El público se reía al verla, pues sabía que se estaba burlando tanto de las películas de guerra en las que el veterano muere aconsejando al más joven, como de aquellas cintas donde el mensaje vital queda inconcluso porque quien lo va a decir expira. Son clichés tan reconocibles que se necesita mucho talento para que una escena en que alguien agoniza e intenta decir algo no sea involuntariamente graciosa. Por desgracia, en La ladrona de libros no hay esa cantidad de talento.

Hay el suficiente para que la película tenga una apariencia creíble y atractiva a la hora de recrear la Alemania rural durante la II Guerra Mundial. Tiene a Geoffrey Rush, el más que probado talento para lograr convencernos de su personaje, Hans Hubermann, un pintor de brocha gorda y acordeonista aficionado que adopta junto con su mujer a Leslie, una niña que viene de una familia comunista. Y hay talento en las reacciones de la niña (la tiernísima Sophie Nélisse, a quien habíamos visto en El profesor Lazhar) mientras va creciendo en ese pueblo donde el nazismo es parte de la vida cotidiana y hasta su compañero de juegos infantiles, Rudy, será llamado a prestar entrenamiento especial en el ejército de Hitler.

Pero el talento no alcanzó en La ladrona de libros para curar un evidente desorden de personalidad que la cinta, y quién sabe si el best seller en el que está basada, tienen. Porque cuando acaba, no tenemos claro si vimos un intento de hacer un drama filosófico y profundo, con ese ángel de la muerte que funge como narrador de la historia sin que sepamos nunca por qué, o si más bien lo que querían intentar era una especie de La vida es bella, por esos toques de comedia que no vienen al caso, o si la adaptación tendría que haber sido al formato de miniserie, por la cantidad de historias secundarias que se quedan en el aire, y que lo único que logran es ser ruido distractor. Al final la película nunca encuentra su tono. No tiene ni el rigor histórico de La lista de Schindler, ni la voluntad directa de convertirse en una fábula, como El niño del piyama de rayas. Al querer intentar ser todo, termina siendo nada más que nada.

Por supuesto que hay públicos que pueden disfrutar de La ladrona de libros. Los amantes de John Williams encontrarán una música preciosa, compuesta por alguien que tiene claro lo que quiere lograr, a diferencia de los guionistas de la cinta. Los que consumen cualquier cosa que hable de la II Guerra Mundial, tendrán la oportunidad de ver la contienda desde el lado alemán. Los estudiantes de cine, podrán aprender cómo no hacer una superproducción. Y el resto, bueno, siempre podrá cerrar los ojos e imaginar cómo habría sido La ladrona de libros si hubiera encontrado su propia personalidad.

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