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La liberación de Moncayo

27 de abril de 2009
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El presidente Uribe ha dicho que no permitirá la participación de Piedad Córdoba en la entrega y liberación del cabo Moncayo, esgrimiendo dos argumentos: que alrededor de estas liberaciones se desata un inaceptable show político y que Piedad trata de limpiar con estas acciones sus relaciones ilegales con las Farc.

No sé cómo el Presidente es capaz de censurar de manera tan radical el show político cuando él lo practica de manera tan escandalosa. Cada vez que se ha dado una liberación de personas secuestradas por decisión de las Farc, por rescate o por fuga, el primer mandatario va a recibir a los liberados, acompañado de la prensa nacional e internacional, o cita a los liberados y a todos los medios a la Casa de Nariño.

En el evento se desarrolla la más hábil y ostentosa puesta en escena de las ideas y propósitos presidenciales. En ocasiones el Presidente mismo se convierte en maestro de ceremonias y reparte la palabra entre los protagonistas del momento. En otros momentos hace de reportero y le pregunta a cada quien por su experiencia. No esconde para nada su afán de capitalizar a su favor ese momento de alegría y de satisfacción de las víctimas, de sus familiares y del país entero.

Piedad Córdoba, que es una mujer que respira política por todos los poros y es igual o más apasionada que el Presidente, también va a estas acciones humanitarias y de paz con el interés de fortalecer sus aspiraciones. Sería una estupidez negarlo. Lo hace en todo caso con menos poder y medios que el Presidente.

No debiera ser así en ambos lados. Sería mejor una actitud más discreta. Todas estas acciones deberían tener un alto contenido humanitario y sus protagonistas deberían prescindir de estos despliegues políticos. Pero esto es imposible en Colombia donde el conflicto armado y sus consecuencias se han convertido en el tema que da y quita puntos en las encuestas y aumenta o disminuye el caudal electoral.

Tampoco tiene pies ni cabeza la acusación de que Piedad trata de esconder o legitimar sus relaciones con la guerrilla. La senadora Córdoba es de las pocas personas que no ha negado nunca su interlocución con las Farc. En una actitud que muchos de sus amigos en el Partido Liberal consideran imprudente o descabellada se la ha jugado a buscar un acuerdo humanitario y quizás un tratado de paz con este grupo.

En esa pretensión ha ido a hablar directamente con esta guerrilla como ocurrió cuando se entrevistó con Raúl Reyes o ha mantenido una comunicación epistolar con otros jefes guerrilleros como ocurre ahora. Eso no es un secreto y en muchas ocasiones ha sido aplaudido por la dirigencia del país y por el propio Presidente. Parece increíble que el gobierno nacional se apoye en esas razones tan deleznables para poner un obstáculo tan grande a la liberación de Moncayo, a la entrega de los restos del oficial Guevara y a un posible acuerdo humanitario que traiga a la libertad a los más de veinte miembros de la Fuerza Pública en poder de las Farc.

Es que estas personas eran funcionarios del Estado, servidores públicos que han perdido una parte importante de su vida en manos de la guerrilla. El más interesado en facilitar la libertad de esas personas debería ser el Presidente y en estos acontecimientos debería, al menos por un momento, olvidar sus intereses políticos. Piedad Córdoba ha respondido con moderación a la actitud presidencial. Ha dicho que no va a abrir una batalla con el gobierno y va a seguir trabajando por la liberación de los secuestrados y por el intercambio humanitario. Pero es muy probable que las Farc insistan en la facilitación de Córdoba, en quien han depositado la confianza para adelantar estas labores.

Ahí estaremos por un rato, ojalá corto, en una disputa política, mientras los secuestrados se siguen pudriendo en la selva en medio de la ignominia de la guerrilla, pero también en medio de la desidia de una sociedad que es capaz de comerle cuento a un presidente que se da el lujo de censurar en los demás lo que él hace con mayor descaro y eficacia.

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