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La magia en Ómar Rayo

  • Óscar Domínguez Giraldo | Óscar Domínguez Giraldo
    Óscar Domínguez Giraldo | Óscar Domínguez Giraldo
09 de junio de 2010
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Muchos padres buscaban el nombre para sus hijos en la Biblia o en el Brístol. El fallecido maestro Ómar Rayo encontró el nombre para su hija en una columna de humo que se elevó en el parque que da a la clínica bogotana donde su esposa dio a luz.

"Yo sentí de pronto que salía como una nube debajo de los pájaros, de la tierra. Esa nube decía: Sara".

Su capricorniana hija es poeta y pintora como papá y mamá Águeda Pizarro, poeta hispano-neoyorkina, hija de condesa rumana, emparentada con el Conde Drácula.

La mamá de Águeda poseía artes misteriosas. Las ejerció en el palo de mango que hay en el Museo. El árbol servía de cambuche a decenas de murciélagos. Rayo vivía feliz con su colección de fúnebres mamíferos. En la noche la suegra hizo un exorcismo. Adiós murciélagos.

Felizmente, los ardides de la condesa no le alcanzaron para desaparecer el fantasma indígena que de pronto se les aparecía a algunos visitantes.

Haciendo pipí contra el viento descubrió el arcoiris. Se lo contó a su madre: "Mami, acabo de ver un fantasma en colores".

Su esposa Águeda le enseñó a ver y a utilizar la luz de Roldanillo. Entraba tanta luz al estudio que el maestro la "tenía que sacar a las patadas".

Hubo tres "Ómares" en su vida. El primero Kayam, el poeta persa, a quien leía su padre. Cuando nació el vástago, papá llamó Ómar a quien de niño iba al cementerio a pintar flores exóticas.

En sus años tiernos quería ser piloto como el autor de El Principito , su colega pintor, titiritero, saltimbanqui, malabarista o mago. "Con mis pinturas y mis grabados he logrado algo de esto".

Con el actor Omar Shariff se encontró en la recepción de un hotel. Los dos hombres se miraron. Sintieron como si vivieran el uno dentro del otro. "Era como un espejo que caminaba", comentó Rayo. Shariff, próximo a desaparecer, volvió a mirar a su doble. Se vieron por última vez. Se reencontrarían en las películas del egipcio.

El tercer Ómar se apellidaba Torrijos, "el gallo panameño pa' jugárselo a los gringos", como dice la canción de Escalona. El general mejoró su hoja de vida visitando el Museo Rayo, "en Roldanyork", donde la muerte sorprendió a Rayo.

"Tizón", su perro, murió hace poco. Águeda lo consideró un presagio.

No quería morir, "pero como de todas formas va a suceder, que sea espontáneamente", me dijo una vez. Un infarto de malas pulgas silenció su mano de pintor, grabador, escultor. Sus cenizas vivirán en Roldanillo.

Partió el hombre que cultivó la pulcritud a la que consideraba "una forma geométrica muy hermosa". Se definía así: "Mi alma es perfectamente pura: ella me salvará a mí". Esa frase podría haber sido su epitafio. Prefería otro, certero como el infausto infarto: "Aquí cayó un Rayo".

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