Como Miembro del Centro de Fe y Culturas quisiera invitarlos a reflexionar sobre un síntoma social que se nos está volviendo invisible y son las personas en situación de calle. Cientos de niños, jóvenes, adultos y ancianos viven en esta condición en Medellín y con frecuencia no percibimos la emergencia de esta "subpoblación" en el espacio de la ciudad, que desafía el escenario simbólico dominante.
Vivir en la calle ubica psicológicamente a estas personas en la periferia o en la frontera social, pues continuamente experimentan la incertidumbre del alimento, el vestido, el techo, el afecto, la higiene, la salud. En ellos se cumple literalmente el vivir a la intemperie, sin seguridades ni salvavidas, experimentando lo contingente e inestable y el estar en un desarraigo permanente, en una ciudad que no logra un espacio propicio para ellos.
Las personas en situación de calle son denominadas generalmente desde lo que son: "los sin techo", "los sin familia", "los ilegales", "los desechables", por eso se les ve como la sombra o la mancha que visibiliza las contradicciones mercantiles que estructuran la sociedad y que ella misma quiere ocultar, por eso pareciera preferible fingir que no existen.
Los marginales son la manifestación de la exclusión absoluta en el contexto de una sociedad excluyente. Son la contradicción tácita entre el adentro, como lugar seguro y el afuera, como la zona de los expulsados, de los que no viven sino que sobreviven, los irregulares, los enfermos, los irrecuperables, los indeseados.
Quienes viven esta condición, experimentan una pérdida de los referentes simbólicos culturalmente aceptados: costumbres, ideas, valores, códigos, modos de ser y de existir, por eso los habitantes de calle se ven y se sienten como extranjeros, extraños, expatriados, librando en su propia tierra una lucha por la supervivencia y por alcanzar una vida decente, que muy pocas veces logran.
La presencia de las comunidades marginales rompe la unidad de la ciudad, pues son como una especie de deformación social que amenaza el paisaje urbano y en esta medida, viven la experiencia trágica de ser un síntoma social sin que se les quiera ver ni oír ni oler ni tocar.
Este artículo quisiera ser un llamado de conciencia a revisar lo que nos ha pasado en la cultura actual, en la cual experimentamos la sensación de que hay ciudadanos de primera y otros de segunda categoría, donde los primeros tienen un espacio de reconocimiento que los hace merecedores de las oportunidades y beneficios sociales y los segundos, no, olvidando el horizonte común de la humanidad y la igual dignidad que todos compartimos.
Valdría la pena preguntarnos personal y colectivamente ¿qué podríamos hacer para que el ser y estar del habitante de calle no nos sea indiferente y nos ayude a crecer en humanidad? Y en capacidad de acogida amigable al diferente.
* Miembro del Centro de Fe y Culturas
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