Por estos días la prensa mundial destaca el triunfo de Obama al lograr la aprobación de la reforma en salud que traerá alivio a millones de americanos hoy desprotegidos frente a la enfermedad. No obstante, los mismos titulares señalan cómo este hecho probablemente le costará su reelección como presidente. "Cuando un sistema político castiga a sus legisladores por hacer lo correcto, está quebrado", frase con la que Thomas Friedman, editorialista del New York Times, describe en su patética nota del 23 de marzo de 2010 lo sucedido a Obama y al Partido Demócrata por aprobar esta reforma.
Pero habría que preguntarse en contra de quién actuó para merecer semejante castigo, en razón a que lo actuado está correcto y nadie lo discute. Para tratar de entender de dónde surge la reacción, las medidas propuestas por Obama apuntan a regular el mercado de la salud, paso fundamental en la construcción de sistemas más justos y equitativos. No obstante, la regulación no le gusta a muchos en este sector, quienes obviamente no son los más de 50 millones de americanos e inmigrantes que hoy no tienen cómo pagar por su salud.
En este sentido, las medidas adoptadas apuntan a controlar el accionar de unos, que sin duda afectará sus utilidades, en pos de generar recursos con qué incluir a los marginados del sistema. Con ello Obama además buscaba mostrar que su propuesta no era solo mayor gasto público dirigido al que ha demostrado ser un ineficiente barril sin fondo.
Pero cualquier parecido con nuestra realidad es mera coincidencia. La situación en USA es la misma en casi cualquier país en donde se intenten poner en marcha iniciativas de corte social como esta. Lo aprobado allí, aunque poco, es un hito histórico que coloca un gran interrogante sobre si es el libre mercado sin regulaciones sustanciales la mejor opción para darle salud a toda la población. Ojalá legisladores y actores del sistema de salud en Colombia tomaran atenta nota de este hecho y siguieran el ejemplo de Obama: el interés general debe primar sobre el particular, así este último sea válido y legítimo, no de otra forma podrá sobrevivir la democracia.
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