Yo no soy un experto en jazz, apenas soy un aficionado que se entusiasma cuando esa palabra se bifurca en notas musicales espontáneas en el saxo de Charlie Parker, Mingus o de John Coltrane; en la trompeta de Miles Davis; en el piano de Thelonious Monk o en la voz de Billie Holiday.
Sin embargo, me lanzo a hacer "un solo" en esta columna partiendo de que es una bella coincidencia que tanto en Medellín como en Bogotá se realicen hasta el sábado 11 de septiembre el XIV Festival Internacional Medellín de Jazz y la XXII edición del Festival Internacional de Jazz de Bogotá.
El jazz es una expresión de libertad, de soltura, de espontaneidad, de hacer que la mente humana, tan calculadora, vuele, se pierda a través de un ritmo que ni siquiera el mismo músico sabe dónde puede terminar. Un buen músico, como dice Bruno, el crítico de jazz que cuenta la vida de Johnny Carter en " El perseguidor ", de Julio Cortázar, no es más que, al igual que el poeta y el ajedrecista, "aquel que tiene el don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia".
No es extraño entonces que el nacimiento del bebop en la década del 40 ayudara a estimular esta "inconsciencia", porque con el rechazo de esa ola de músicos como Max Roach, Thelonious Monk, Dizzy Gillespie, Bud Powell y Charlie Parker de pertenecer a las grandes bandas de jazz y conformar mejor sus pequeños grupos, se burlaron de las normas que se establecían en ese momento para interpretarlo y simplemente cerraron los ojos y tocaron con el alma hasta elevar este género musical a la máxima categoría de la improvisación.
Lo hicieron tan bien que hoy es imposible, después de los aplausos eufóricos que quedaron al final de muchas de esas grabaciones, que las notas del saxo, trompeta, batería o piano no reboten en el cráneo como el mismo origen de la palabra bebop, que no es más que una onomatopeya, como lo recuerda Parker, del sonido que producía la porra de un policía sobre el cráneo de un negro.
Hace poco conocí en Estados Unidos a un cuarteto de jazz que vivía en un carro casa y viajaba por todo el país tocando en cuanto bar les abriera sus noches. Nada de reglas, nada de partituras, toda la espontaneidad en vivo para su público que disfrutaba lo que ellos habían recogido después de rodar, de ver las nubes perderse por las calles, de no saber a dónde llegarían mañana. Es por eso que el jazz es imposible hacerlo si no se considera como la vida misma o díganme quién hace sonar, por ejemplo, los ritmos de Charles Mingus en "Town Hall Concert", sin aliento, sin amor eterno hacia algo. Por eso hay que aprovechar estos tres últimos días de festival aquí o allá y gozar todas las notas sueltas del jazz. Que quede claro, parodiando un poco al Johnny de Cortázar, ese Charlie Parker inmortal, que si en algún momento alguno de ustedes ve los ángeles cuando un músico en el escenario toque alguna fuga estupenda o junte un montón de acordes que parezcan perfectos, trate de convencerse, así suene increíble, de que no es culpa del músico, simplemente le sonrió la vida.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6