Tenía el agua en las ventanillas. Su carro, una cuatro por cuatro gris, estaba en el lugar que debería estar su bote: en el agua. Pero eso no frenó a Pablo Barbier y a su familia a perderse una vez más la Travesía, esta vez entre Ayapel y Mompós.
Don Pablo, uno de los más veteranos de la gallada de botes, salió desde el miércoles de Manizales, su ciudad natal, para llevar a El Psiquiatra a las aguas de la ciénaga y el Magdalena. Pero una inundación del río San Jorge casi lo hace desempacar maletas y regresar.
"Pudimos pasar porque nos remolcó un camión que pasaba. Teníamos el agua hasta las ventanillas, pero no pasa nada, todo esto hace parte de la travesía", dice Pablo, uno de los primeros en la fila de 42 embarcaciones que ayer arribaron a Ayapel, luego de pasar por Mompós en un viaje de 584 kilómetros y dos días de duración.
Pablo y las otras cuarenta embarcaciones hicieron el recorrido, que sumado en horas, apenas contabiliza más que una docena. Pero que para los amantes de la motonáutica es un deleite de toda la vida.
Para don Pablo, un hombre que pese al calor no deja su pañoleta roja del cuello que lo protege de las quemaduras del sol, la Travesía es algo que le da vida. "Con tal de hacer una cosa de estas, de estar en una travesía, hago lo que sea. Es una integración, un conocimiento del país y un disfrute de nuestro territorio. Es muy triste que nosotros tengamos un país tan lindo y no lo recorramos", dice el dueño del Psiquiatra, un bote en el que estuvo con más de diez personas de su familia, y al que llama así porque "ahí es donde nos tratamos".
Manual de navegación
En el río hay carretera y la vía destapada. O así lo hacen saber los navegantes de la Travesía. "La carretera es la que va limpia, sin el oleaje de las otras naves. La destapada es esa sucia, que hace que la lancha brinque un poco", explica Federico Quintero, uno de hombres de velocidad que ahora está en la organización.
Y es que la vaina no es solo salir al río, prender la lancha y echarse a andar. Hay que meterle cabeza a la navegación, al GPS (ubicador satelital), que a la crecida de la marea, que a los bancos de arena que encallan, que a los pescadores que se le voltea la panga, que a la vida del río. El Magdalena parece con vida propia, esa que arranca a las 5:00 de la mañana con los pescadores y que acaba cuando el sol se mete entre los manglares en una unión de colores que ni siquiera se ve en un cuadro de coleccionista.
Ayer, las tres decenas de embarcaciones llegaron a buen puerto en Ayapel. Debieron cruzar San Marcos, la Jagua, Bocas San Antonio, la desembocadura al Río Magdalena, Magangué, Yatí, Pinto, Santa Ana para llegar Mompós, esa ciudad que parece un bloque de Cartagena metida en el río.
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