El asesinato sádico y público del soldado Lee Rigby en Londres, a manos de dos desequilibrados que se decían islamistas, ocasionó un nuevo estado de pánico en las calles inglesas. Al sentimiento inmediato de angustia le siguió el miedo por la presencia incontrolable de jóvenes que, arropados bajo el concepto de guerra santa, son capaces de dar su vida para herir al que consideran su enemigo.
Desde el 2005, cuando la capital inglesa sufrió uno de los peores atentados terroristas en su historia reciente y en el que murieron 56 personas y 700 quedaron heridas, el nivel de pánico inglés ha cedido poco. La inteligencia ha logrado controlar centenares de planes dispuestos para afectar la vida británica, pero se hace imposible establecer un radar para saber en qué momento un hombre en solitario está dispuesto a hacer público y con sangre su odio.
Los ataques de los que llaman "lobos solitarios del islam", son una de las principales angustias militares en el control del terrorismo. Nadie puede prever en qué momento un sujeto tomará un cuchillo y asesinará al primer transeúnte que se cruce para cobrar lo que ellos llaman "ojo por ojo".
Atentados a gran escala como los ya nombrados de julio del 2005, los de Madrid en 2004, o los del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, implican una compleja red de contactos y decisiones que los hacen relativamente localizables por las autoridades. Los ataques individuales, por el contrario, se mimetizan en la sociedad de tal manera que conviven normalmente con ella antes de herirla gravemente.
Sumado al desespero gubernamental por este terrorismo que deja pocos o nulos senderos por seguir, las sociedades que los soportan entran en un estado de paranoia que los lleva a generalizar sobre los culpables de los ataques. Buscan rasgos comunes y aumenta el desprecio por todos aquellos que parecen coincidir con la descripción. En este caso, los más perjudicados son los inmigrantes musulmanes.
La generalización es un arma facilista, despreciable e ignorante que, al final del día, intentará la justicia por sus propios medios frente a lo que considera inacción gubernamental. La xenofobia, ya creciente en Europa por la crisis económica, se arropa de otro argumento falaz para actuar de manera violenta.
Los gobiernos tienen entonces dos frentes. Por un lado, no debe cesar su obsesión para detener ataques terroristas contra su ciudadanía sin que esto signifique coartar las libertades y de otro lado, quizá de forma más compleja por tratarse de un asunto social y cultural, evitar que la xenofobia se generalice como la respuesta ante los ataques ya consumados.
Europa, que ya camina por la compleja ruta de los nacionalismos extremos, debe asumir la enorme tarea de evitar que los ataques terroristas golpeen cuando se efectúen y sigan golpeando después de ello.
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