El martes pasado llevé a la sastrería una chaqueta deportiva que tenía el cierre averiado. Sus dientes se desprendían. Se la entregué a un señor que no conocía, por la ventanilla del carro, junto con una tarjeta personal. Le dije: "por favor, cuando esté lista, me llama. Gracias".
El miércoles madrugué a buscar un dinero que venía ahorrando para cubrir un compromiso. Tremenda, sorpresa: ¡tenía la plata guardada en un bolsillo de esa chaqueta, en billetes de 50 mil! Era mi día de descanso. Un baño a las carreras y rumbo a la sastrería. Me inquietaba la suerte del dinero, porque era una cantidad considerable y lo necesitaba con urgencia.
Llegué a la sastrería Manila. Vi la chaqueta sobre una mesa. Fui directo a ella, en busca del dinero, pero no estaba. Entonces, le dije al sastre, que se llama Jaime Ospina: "vecino, ayer le dejé esta chaqueta y tenía un 'premio'"... Él me dijo: "sí, había mucha plata, ¿cierto?". Y agregó: "aquí respetamos a los clientes. Somos honrados. Espere llamo a la persona que encontró el dinero". Subió al segundo piso y bajó con su hermano, Jairo. Él trajo en sus manos el fajo de billetes en el mismo orden en que lo dejé en la chaqueta. Me lo entregó. Lo conté: 56 papeles. No faltaba un centavo.
Recreo esta historia sobre dos personas con tal entereza, porque en los últimos años hemos visto en Colombia los más azarosos casos de corrupción. Con truculencias impensables. Falsificación de documentos, carruseles, suplantaciones, sobrecostos, testaferratos, despojos, extorsiones, robos y toda suerte de malabares criminales cometidos con frecuencia por gente encorbatada, tan pretenciosa.
Con su gesto, los dos sastres dieron la medida de su estatura moral y ética. En su taller sencillo del Parque Lleras -me dijo Don Jaime- a menudo los clientes suelen olvidar celulares, llaves, lapiceros, documentos, alguna que otra joyita... y dinero. "Pero aquí nada se pierde", apuntó el señor Ospina con naturalidad.
Dice el diccionario de la RAE: honradez: rectitud de ánimo, integridad en el obrar . ¡INTEGRIDAD!
Lo normal, lo debido es que nadie se adueñe, se apropie, se quede o se birle lo que es de otros. Pero en el daño inmenso que le han hecho a nuestra sociedad fenómenos como el narcotráfico, la corrupción pública y el conflicto armado, esos principios de acción se erosionaron gravemente. Da grima ver que se roba en todas las escalas y ámbitos sociales. Que la gente es ventajosa y que, como dice el tango, "si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón".
Ahhh fregados que estamos con tantos bandidos juntos, con tantos tipos sin palabra ni principios. Lo peor es que algunos creen que, por bien trajeados, nadie los pilla. Pero mejores sus sastres, que dan puntadas... sin dedal. Y que confeccionan, con sus actos, el ejemplo que necesitamos.
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