El país observó durante el "paro armado" presionado por el terrorismo de "Los Urabeños" cómo numerosos establecimientos del comercio organizado a gran escala, e incluso entidades bancarias, cerraron sus puertas en una actitud que se puede entender alentada por la prudencia, pero que mirada de otra manera acabó de reforzar el miedo de los pequeños comerciantes y de los ciudadanos.
No queda bien que aquellos establecimientos ubicados en áreas centrales de Urabá, por ejemplo, hayan cedido a las intimidaciones de grupos armados al margen de la ley, cuando podían acudir al apoyo de los organismos de seguridad del Estado e incluso a entidades de seguridad privada. Esa determinación de cerrar les cedió puntos a los violentos y a sus intereses. Nada bueno.
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