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MÁS ALLÁ DEL ODIO

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27 de abril de 2013
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Los odios son tan viejos como las guerras, y las guerras, tan viejas como los hombres. A pesar de su juventud, los dos terroristas chechenos que sembraron el pánico en Boston haciendo estallar varias bombas durante una maratón -provocando la muerte de tres civiles, y un policía después durante la persecución, e hiriendo a unas 264- son combatientes musulmanes de una guerra tan vieja que ha tenido soldados tan ilustres como el conde ruso León Tolstoi.

El escritor era un joven oficial del ejército zarista cuando pisó tierras del Cáucaso en 1851. Su regimiento fue enviado a sofocar la segunda rebelión chechena del siglo XIX, que estalló en 1818 cuando las tropas rusas invadieron el Cáucaso por orden del zar. Después de combatir en batallas inútiles durante dos años, Tolstoi dio un vuelco inesperado y pasó de ser enemigo de la resistencia chechena a ser su admirador. Renunció a su carrera militar, se volvió escritor y luego se convirtió en líder pacifista. Sus novelas "Los cosacos" y "Hadjí Murat" son un testimonio de esta experiencia.

Cuando Tolstoi recordaba esa época de su vida ya estaba viejo. La novela "Hadjí Murat" solo fue publicada en 1912, después de su muerte. Los censores de la Corte imperial ordenaron suprimir más de la mitad del capítulo XV por considerar que allí se ofendía la memoria del zar Nicolás I. En el prólogo, Tolstoi evoca un día de verano en que iba por el campo y descubrió en una zanja una bellísima flor de cardo tártaro. Sus manos se hirieron con sus espinas mientras trataba de arrancarlo de la tierra. Cuando por fin lo logró, el tallo estaba destrozado y la flor ya no parecía tan lozana y hermosa como antes.

"Sentí haber destruido inútilmente una flor que había sido bella mientras estaba en la planta", dice en el libro. "¡Qué cara vendió su vida… ¡Cuánto luchó para defenderla…". Entristecido, siguió su camino. Más adelante halló otro cardo, esta vez destrozado por las ruedas de una carreta. Pero en medio de las hojas y las flores tronchadas, un tallo continuaba en pie, sin dejarse vencer por el hombre que había aniquilado a sus hermanos.

Esta imagen trajo a su memoria la figura del antiguo héroe de la rebelión chechena, Hadjí Murat, quien murió decapitado a sablazos durante un combate cuerpo a cuerpo con soldados rusos.

A él dedicó Tolstoi su historia. En sus páginas dice: "Lo que los rebeldes del Cáucaso sienten por los rusos no es odio. Es algo que va mucho más allá".

Pensé lo mismo viendo las fotografías de los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, después de haber caído muerto el mayor y ser baleado el menor en el fuego cruzado con los comandos antiterroristas estadounidenses, al final de su loca aventura criminal lejos de casa, en tierras americanas, adonde fueron a parar cientos de chechenos después de su derrota en las dos últimas guerras contra Rusia a partir del colapso de la Unión Soviética.

También pensé en las sabias palabras del periodista Ryszard Kapuscinski: "La guerra -sea de la naturaleza que sea- siempre es una tragedia, un terrible fracaso de la humanidad. Ya no sólo por lo obvio, muerte y destrucción, sino también por sus consecuencias, que se prolongan ad infinitum: deformaciones, mutilaciones, maneras de pensar paranoicas… Y el odio".

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