Hay rutas de la ciudad que parecen escrituradas a nombre de sus asiduos visitantes: el mismo centro comercial en las tardes de domingo, el recorrido al trabajo sin sorpresas y la cita obligada con el lugar predilecto a la hora de la comida.
Nada más alejado de Max Milfort, publicista de profesión, aficionado a la caricatura y un humorista nato. Para Max hay rincones que recobran color e invitan: puede ser la pintoresca tienda a la entrada de su casa en una vereda de Santa Elena, o la esquina del parche en el parque de El Poblado.
Desde sus épocas del colegio, y luego en la universidad, siempre ha sido un andariego, que prefiere descubrir sitios que no estén, propiamente, en la guía turística de la ciudad.
Recuerda uno de sus viajes a la costa Atlántica, en el que llegó por tierra hasta la Guajira, y recorrió las mejores playas y lugares, de la mano de los extranjeros que huyen de lo tradicional y parecen saber siempre donde están las verdaderas joyas del país.
Buen conversador y de risa fácil, Max sitúa sus sitios preferidos en la ciudad, atado a las épocas de su vida. Recuerda la zona de Carlos E. Restrepo, y el bar La Comedia, como uno de los referentes obligados, por más de 10 años.
De la oficina al "parche"
Cuando la "oficina le pica", los jueves en la noche, es de los que sale a caminar por la avenida El Poblado, hasta el Parque y al llegar, se encuentra con colegas, "gente del medio", como la llama y uno que otro compañero de colegio o universidad que no ve hace rato.
Compra una cerveza y sube al segundo piso de la tienda de la esquina para escuchar música y relajarse un rato con la conversación.
De allí saca historias para su segmento semanal en la emisora Energía , que parodia una reconocida sección en radio y que se llama: "Mientras tanto qué se estará preguntando... Max?".
Ademanes, voces, acentos o un papayazo de refilón. Todo le sirve para un buen apunte, y para ello, utiliza el celular con el que graba la idea para luego estructurarla y decirla al aire.
"Me gusta conocer gente en su ambiente", lo que también practica cuando decide comerse un sancocho de 3.000 pesos en pleno parque de El Poblado, luego de observar que el menú que proponen en una chacita, es uno de los más demandados.
O cuando se sienta con los campesinos en la tienda en Santa Elena y conversa con ellos, los molesta por bebedores y los dibuja con alguna exageración, lo que recuerda su precoz afición a la caricatura, con la que exagera gestos y fisonomía, y de la que no escaparon, en su momento, ni sus compañeros de colegio (Todavía recuerda a "UPBenizio").
En silencio
Max es de esos a los que no se contentan con las apariencias ni las fachadas. Si va al centro, se empeña en subir al segundo piso de Versalles donde sabe mejor la empanada argentina y parece estar en otro lugar.
Y si siente nostalgia por la rumba, le gusta la de bar con una buena canción de salsa de fondo y un roncito en la mano. Cita a Rumbantana, como ejemplo, a donde su vida actual no le permite ir con tanta frecuencia como quisiera.
Cuando describe la rutina, que por ahora, lo tiene encantado, no puede dejar de nombrar la subida a Santa Elena, a 50 minutos en carro desde su oficina.
Allí se encuentra con el "silencio", el frío de las mañanas o el de la noche y hasta sus vecinos más próximos, que bien podría ser una vaca. Allí vive con su esposa y su perro, que son su adoración.
A pesar de ello, no puede dejar de "encontrar rincones en los que nadie se ha fijado", esos lugares que lo sacan de la rutina de la que Max escapa cada vez que puede porque la Medellín que a él le encanta le permite esos pequeños lujos.
Pico y Placa Medellín
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