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MEJOR QUE NO HABER SIDO

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30 de septiembre de 2014
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Conviene asistir a funerales. No, por supuesto, a urgentes despedidas de acribillados y ahogados, sino a cremación de ancianos cuyas muertes son realización de medidas anheladas. La velación de quienes han cumplido demasiado con la vida suele ser cita con la propia reflexión desnuda.

La gente suele desdeñar estos momentos fronterizos porque piensa que en ellos habita únicamente la desdicha. Nada más falso. Detrás de lánguidos sermones, repetición de fórmulas deshuesadas y terrible guillotina en la puerta de los hornos, es notoria la grieta fundamental de la existencia.

Nadie quizá como el poeta Luis Cernuda esbozó mejor la tarea secreta de los hombres, consistente en andar "sabiendo nada más que vivir es estar a solas con la muerte". Los funerales son ocasión no buscada para celebrar esta cita de la vida con la muerte.

Somos durmientes en el cajón donde duerme el enterrado. Él nos escucha desde sus múltiples y esquivos nuevos sentidos, perplejo de tanto que todavía nos falta por saber. Quisiera pegar grito que traspasara el cerrojo del misterio, para sacudirnos el despiste. Pero es drástico el tajo y son tupidos los oídos circunstantes.

Suena adentro el ronroneo del fuego que engendrará cenizas, y nadie quiere atender ese bramido aniquilante. No hay pedagogía de la muerte en este mundo encandilado por la vida prepotente. Ningún vivo tolera la memoria que pronto lo devorará hacia el futuro. De la misma manera nadie recuerda la nada duradera que lo constituía antes de que una madre lo alojara por un rato.

Estar a solas con la muerte es afrontar sin atenuantes el esquelético destino de la especie. Pero este trance no es consideración desangelada sino aceptación de haber sido elegido, entre miríadas de probabilidades no exitosas, como depositario de un respiro, de un deseo, de la imaginación, esa máquina pasmosa de multiplicar los universos.

La muerte, en vez de borrar la vida, la eleva hasta su cima. Y la abre hacia panoramas de los que no tenemos idea mínima. En un funeral se asiste a lanzamiento de nave interespacial. Si el cosmos conocido sufre edad de 15 mil millones de años luz, y su tamaño crece en expansión vertiginosa, es indefinida la localización siguiente a la diseminación de las cenizas.

Volver a ser polvo de estrellas es mejor que no haber sido.

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