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Metegol, de Juan José Campanella: gran jugada de laboratorio

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    Metegol, de Juan José Campanella: gran jugada de laboratorio |
15 de noviembre de 2013
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Faltan pocos minutos para que acabe el encuentro y el equipo al que le hacemos fuerza pierde por un gol. Nuestro protagonista, Amadeo, se está jugando el todo por el todo en un partido del que depende la supervivencia del pueblo donde vive. Aún así, cuando se da cuenta de que los pequeños futbolistas metálicos de su futbolín (o de su metegol, como le dicen en Argentina) le están ayudando a alcanzar el triunfo, les ordena que salgan de la cancha. Él va a intentar ganar jugando limpio, pase lo que pase.

Desde esa perspectiva, Metegol no parece una película latinoamericana, en las que generalmente el “vivo” es premiado por su astucia. Sólo ese detalle ya la hace tan recomendable para ser vista por los niños como los productos audiovisuales de Pixar. Y la comparación con Pixar es válida porque lo otro en lo que Metegol no parece hecha en Latinoamérica es en la calidad de su técnica de animación.

Esto no es una de esas películas peruanas protagonizadas por delfines, donde los fondos son planos y uniformes, y los personajes no producen ni lástima. Aquí se notan tanto los 20 millones de dólares que costó la producción como la mano de Juan José Campanella, el director ganador del Óscar por El secreto de sus ojos, que durante toda su carrera ha luchado para que sus creaciones puedan enfrentarse de igual a igual, al menos desde lo técnico, con cualquier superproducción de Hollywood.

El argumento de la película, basado libremente en un cuento de Roberto Fontanarrosa, pone a Amadeo, el chico solitario que sólo tiene un talento conocido y una amiga cercana, a enfrentar al Grosso, un jugador ultrasofisticado y ególatra (¿parecido tal vez a Cristiano Ronaldo?), que vuelve a su pueblo natal a vengarse, pues Amadeo le propinó la única derrota de su vida cuando eran niños, jugando al metegol. Serán los jugadores del futbolín, que mágicamente cobran vida, quienes acompañarán a Amadeo en sus aventuras y quienes le ponen el “picante” al argumento, con sus personalidades contrastantes, sus peinados fantásticos y un humor para todos los gustos. Sin embargo, es Amadeo, el solitario, el que aprenderá por nosotros las lecciones más importantes: que se necesita “creer para ver”, que los demás sólo serán nuestro equipo si hacemos el esfuerzo de acercarnos a ellos y que, en lo que bien podría ser un homenaje oculto a Francisco Maturana, perder es ganar un poco.

Puede que Metegol no sea la mejor película en una filmografía que incluye joyas como El hijo de la novia o El secreto de sus ojos, pero sí es la muestra de que Juan José Campanella combina como pocos el conocimiento técnico de su oficio, con una magnífica habilidad para reunir en una historia elementos de emoción, humor y nostalgia, que conectan directamente con el público. Porque al final, al salir de la sala, queremos buscar un futbolín para jugar un partido con los amigos de antes y recordar aquellos tiempos en que éramos más inocentes y menos infelices.

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