A Germán Olinto Méndez Pabón lo despidieron como él lo dejó saber en vida. Fue sepultado en tierra de su pequeño pueblo natal acompañado de sus familiares y amigos campesinos que llegaron al sepelio desde las veredas montados a caballo y lomo de mula.
La tristeza se extendió ayer por Mutiscua (norte de Santander) y unió a sus habitantes en solidaridad con la familia del mayor de la Policía, cuyo secuestro y cruel asesinato a manos de las Farc conmovió al país hace cuatro días.
El dolor por su muerte trágica, torturado y ejecutado amarrado e indefenso, junto al patrullero Edílmer Muñoz Ortiz, lo aliviaron recuerdos felices, traídos ayer a cuento en su funeral. Amigos y familiares insistían en su figura de hombre "amable, buena gente y sencillo".
Antes de la sepultura y la misa en la iglesia del pueblo, el cortejo fúnebre lo encabezaron los caballos de la Policía de Carabineros. El recorrido comenzó en la escuela Nuestra Señora de La Merced.
Junto al féretro oscuro brillaban sus once condecoraciones por valor y servicios. Todo el pueblo se congregó alrededor del cadáver para orar por él y rendirle su último adiós.
No eran solo las honras fúnebres de uno de los 500 policías y militares que, en promedio, mueren cada año en Colombia por el conflicto armado y la violencia.
Sus seres queridos recordaron en esa escuela que varias veces fue reconocido como el mejor estudiante en secundaria. Y que en 1997 se graduó como mejor bachiller y logró la mejor puntuación del examen del Icfes de su promoción.
María Trinidad Pabón de Méndez, su madre, contó que esos buenos resultados "cambiaron su vocación de sacerdote, que tuvo de adolescente, por la de policía. Con mucho esfuerzo nuestro se fue a estudiar a Bogotá a la escuela de la Policía y decía que quería ayudar a la gente".
Ella destaca que su hijo dedicó los últimos años de su vida y servicio policial a ayudar a las comunidades apartadas y más pobres de Tumaco. "Me decía que estaba contento de poder ayudar a la gente porque había hecho cursos de derechos humanos y policía comunitaria".
Por eso la mujer campesina se consuela pensando en la muerte del mayor Méndez como "un grano de trigo que si no muere solo quedara, y si muere muchos frutos dará".
Pero a pesar de que intenta no sentir rencor por la guerrilla que asesinó a su hijo y al patrullero a sangre fría, lamenta que "cuando los secuestraron vestían de civil y desarmados, no hacían violencia porque iban a entregar libros y útiles a los niños y las comunidades negras e indígenas. No tienen corazón ni valores".
Quienes prefirieron pensar en el mayor Méndez en vida, antes que en su asesinato, contaron que en diciembre de 2012 visitó por última vez al pueblo y la vereda donde nació y viven sus padres. "Era un campesino más cuando venía, sencillo y trabajador como siempre", dijo un amigo.
Con su muerte se frustró su meta de terminar su carrera en la Policía para dedicarle más tiempo a su familia y ver crecer a sus niños de 8, 5 y 2 años, que según su madre, "él adoraba y hoy son huérfanos de esta violencia".
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6