En la primera mitad del siglo XX, luego de nacer en Medellín "con la cuchara de plata en la boca" -la expresión es de Alberto Lleras Camargo-, vivió Alejandro Ángel Escobar, heredero de la mayor fortuna de arriería; educado en los mejores centros de Estados Unidos e Inglaterra; católico ultramontano; industrial, comerciante y agricultor; ministro de Laureano Gómez.
Caldeado devastadoramente por la llama de la creación, tal y como lo pintó el mismo Lleras, llevó una existencia sin reposo ni blandura, mitad soldado, mitad clérigo en su temple, hasta derrumbarse sobre su escritorio con el corazón destrozado, a la edad de 50 años, sin haber concebido hijos.
Dos conductas hicieron de este dirigente una excepción que hoy golpea con mayor vigor. No malbarató las oportunidades principescas otorgadas por su cuna, educación, relaciones y matrimonio de fortuna. Y no trabajó desesperadamente por acrecentar su poder en interés egoísta. Antes bien, orientó su obsesión productora con una filosofía y ética de servicio.
Cuando la muerte comenzó a ventilar sobre su hombro, protocolizó su testamento destinando una cuarta parte de su considerable capital a la formación de una fundación similar a las de Alfred Nobel y David Rockefeller, cuyo funcionamiento él mismo había investigado.
"Su acto habría de prolongarse más allá de las sombras mortales -continuó Lleras en su discurso de entrega de los primeros premios de esta fundación en 1955-, y por un tiempo mucho más largo que el de quienes buscan predominar sobre sus semejantes con un duro apetito de poder personal, de mando sobre las gentes y sobre las cosas".
El jueves pasado en Bogotá la memoria del hombre que nació con la cuchara de plata en la boca se alargó un año más, cuando una pléyade de científicos y de líderes solidarios colombianos recibió galardones por descubrir tratamientos para los males de Alzheimer y Parkinson, por desenmascarar a los criollos de nuestra historia que manipulaban la imagen de los indios, por proponer remedios comunes y baratos contra una infección que mata muchos niños, por calcular en pesos cuánto perdemos los ciudadanos con los millones de desplazados de la guerra, por volver a África a estudiar el control biológico de la broca del café.
Alejandro Ángel Escobar murió en 1953, hace apenas unas horas.
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