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PEPE CÁCERES, EN LA MEMORIA

  • PEPE CÁCERES, EN LA MEMORIA |
    PEPE CÁCERES, EN LA MEMORIA |
24 de agosto de 2012
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Hace 25 años, el 16 de agosto de 1987, murió el torero colombiano Pepe Cáceres, quien era y sigue siendo un símbolo, un ícono de la torería colombiana. Desde el 20 de julio, fecha en que fue corneado en la plaza de Sogamoso, mantuvo una larga y angustiosa lidia con la muerte. Que eso es, en el fondo, ser torero.

Como aficionado a los toros que soy, afición de la que no reniego, y como cronista taurino que fui, de lo que tampoco me retracto, quiero rendir hoy un homenaje a nuestro gran torero desaparecido. Para ello, reproduzco apartes de dos columnas que escribí en El Mundo, de Medellín, una mientras agonizaba, la otra tras el inevitable deceso.

La primera se titulaba “La eternidad a porta gayola”: “Desde el 20 de julio Pepe Cáceres lidia el bronco toro de la muerte. No sólo el mundillo taurino, sino el país entero, contempla con devoción, con esa angustiosa impotencia con que siempre se ven los toros desde la barrera, la hora de la verdad, que para un torero no es la muerte del toro sino su propia muerte, que ronda siempre todas las plazas, todas la corridas, todas las faenas… Alguna vez me dijo en una entrevista, que ningún torero puede descartar morir en el ruedo. Ese presentimiento quedó rubricado con su sangre en la tarde trágica”.

“(…) Nada más parecido al drama y al rito de una corrida de toros que la agonía de un ser humano. Uno está solo esperando que se abra la puerta de los sustos y salga el oscuro toro de la muerte. Pepe está ahí, nimbado por esa solemne soledad de todas las agonías, parado frente a la puerta de toriles, citando la eternidad a porta gayola”.

Diez días más tarde, el 18 de junio, la columna se tituló: “Réquiem por Pepe Cáceres: “… Ya estuvo por última vez en la plaza de toros el maestro desaparecido; ya dio el torero sin vida sus tres últimas vueltas al ruedo, en ese sobrecogedor rito fúnebre que suele acompañar la despedida de un espada muerto por asta de toro y que hay que saborear amargamente alguna vez para comprender la solemne gravedad que rodea siempre la fiesta brava”.

“(…) Un torero no es un héroe, no es un ídolo ni tiene otra grandeza que, cualquiera que sean sus motivaciones, plantarse en un ruedo a jugarse la vida ante un toro. Algo irracional, seguramente, como lo es toda lucha por la muerte. Pero, también, algo lleno del denso esplendor de lo fatídico. Por eso sobrecoge la muerte de un torero: no queremos que ocurra, pero sabemos que puede llegar detrás de cada suerte. Y cuando llega, golpea. Es el rito de una corrida de toros”.

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