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Pinocho y los casinos

29 de julio de 2009
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El tema de los casinos siempre me ha parecido que guarda las mismas proporciones que " Las aventuras de Pinocho " del escritor italiano Carlo Collodi, específicamente, cuando la Zorra y el Gato incitan a Pinocho a sembrar las monedas de oro (las pocas que tiene para ayudarle a su padre) en el Campo de los Milagros que queda en una ciudad curiosamente llamada "Atrapa-bobos".

Según este par de bribones, al hacerlo el dinero se multiplica. Desde luego el ingenuo Pinocho al sembrarlas y mientras espera la multiplicación de su dinero sin ningún esfuerzo, no hace mejor cosa que soñar: "¿Y si en vez de mil monedas encontrase dos mil?, ¿y si en vez de dos mil encontrase cinco mil?? Las mismas reflexiones que a diario elucubran quienes se juegan sus vidas en los cerca de 80 casinos legales que hay en Medellín (no sé cuántos más en el resto del país) donde sus tentáculos atrapan a los transeúntes a través de promociones, rifas de carros y un excelente trato que le hará creer al apostador por el tiempo que logre evadir la luz del sol (en estos lugares no es bienvenida, no es conveniente) que para ellos quien apuesta en la ruleta o en las tragamonedas es lo más importante.

Los casinos son lo más parecido a los espejismos, al trato empalagoso de un politiquero que en un primer momento memoriza tu nombre, sabe qué quieres, te sonríe, te extiende la mano pero después, cuando te chupa la sangre, te escupe en la cara todo su miasma, te olvida. Así se comportan los casinos. Para ellos quienes entran, mientras tengan plata y puedan bailar en las ruletas, en los jueguitos que dejan oír las monedas, son reyes, son de la casa, son bienvenidos. Arruinados, son personas desesperadas que todavía pueden dar más si se les aconseja el empeño. Un casino es un paraíso y por lo mismo más pronto que tarde se vuelve un infierno. De nuevo recuerdo la voz de la Zorra cuando dice: "Nosotros no trabajamos por el vil interés, trabajamos únicamente para enriquecer a los demás", y el pobre Pinocho responde ilusionado "¡Qué buenas personas!"

Así, mientras la cifra de personas que se envician con las apuestas aumenta y la Organización Mundial de la Salud define la ludopatía como un trastorno mental en donde el sujeto pierde la libertad de elegir y controlarse, en nuestro país las leyes del Estado resultan paradójicas: por un lado los artículos 47, 48 y 49 de la Constitución dicen velar y proteger la salud de los habitantes y, por el otro, el artículo 336 enuncia: "Las rentas obtenidas en el ejercicio de los monopolios de suerte y azar estarán destinadas exclusivamente a los servicios de salud". Una doble moral que le vende el alma al diablo.

Por lo pronto, y como Colombia no es un país con las agallas de Rusia, por ejemplo, que decidió este año cortar de raíz el problema cerrando todos los casinos para proteger a la población; como en Colombia todavía nuestros dirigentes siguen pensando que esa platica que entra de los casinos (y que vengan muchos más) es necesaria para curar los enfermos (víctimas del juego patológico tal vez) nos tocará seguir viendo, quién sabe por cuántos años más, a las personas que con orejas de burro siguen buscando en la ciudad de "Atrapa-bobos" que algún día peleche por fin un árbol cargado de monedas de oro mientras el tejido social se deshilacha.

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