Aunque se cubre el pelo con un pañuelo, Susan Firoz se viste con camiseta y vaqueros, a diferencia de la inmensa mayoría de afganas que continúa, por temor o tradición, usando la "burqa", pese a la caída del régimen talibán.
A sus 23 años, Susan es la primera mujer rapera de Afganistán y, rebelde frente a las intimidaciones en un país donde la mujer solo parece interesar por su capacidad reproductora, sus letras reflejan los dramas humanos que vive su nación golpeada por la guerra y el fundamentalismo religioso.
"Qué ocurrió en Irán y Pakistán, la mitad de nosotros terminamos adictos a la droga y la otra mitad se hizo terrorista", rapea Firoz, que acaba de lanzar su primer sencillo en Youtube en el que dice que los afganos no deberían sufrir de nuevo un conflicto armado.
Esta cantante de rap recuerda bien los años que pasó como refugiada junto a su familia en Irán y Pakistán. Esa situación de desplazada es el tema central de su primer éxito, "Hamsaya Ha" ("Nuestros vecinos", en dari).
"Yo solía escuchar y ver las canciones de rap de los raperos negros en la TV, así que pensé que para Afganistán era una necesidad urgente tener una cantante rapera", comentó.
En su gobierno (1996-2001), los talibanes prohibieron la música occidental y todavía hay quienes se resisten a que haya mujeres sobre los escenarios, pero esto no ha impedido el surgimiento de algunas cantantes como Naghma, Wahija Rastagar, Parastu, la tayica Manizha o Mahwash.
En Afganistán, por miles las familias consideran todavía que las chicas no deben recibir educación, y la presión de los insurgentes está presente en zonas rurales, donde no es raro que prendan fuego a las escuelas femeninas o arrojen veneno en el agua. Susan prepara su segunda canción, "Afganistán debe mantenerse unido", y dice no tener miedo a nuevas amenazas.
Una situación similar enfrentan las mujeres en Pakistán. Es el caso de "Malala", niña de 15 años víctima de los talibanes por defender el derecho a la educación de las niñas.
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