Como ver jugar al Real Madrid en el Santiago Bernabéu, entrar a la Plaza San Pedro o ver la Torre Eiffel. Eso mismo sentí al ver a Madonna el 26 de junio de 2009, en un concierto que viví junto a un grupo de colombianos, una peruana, un venezolano y un adolescente italiano que, como yo, vio pasar corriendo a centímetros a Penélope Cruz y Javier Bardem buscando el sitio que les reservaron en el madrileño estadio Vicente Calderón.
Hoy que Medellín vive una estela un tanto surrealista por los dos conciertos -no es una visita- y pensando si es exagerada la fascinación mediática que hay en Colombia por el show, me pregunto si Madonna merece tanta atención, por qué se la doy yo, por qué celebré tanto cuando supe que la vería en concierto la primera vez y por qué esa experiencia fue similar a la satisfacción de estar en un templo del fútbol o visitar esos sitios que solo había visto en vídeo y papel.
Mi respuesta es que esa señora de 54 años es un icono de la cultura popular, de la cultura de masas de esta época, que merece tanta atención porque quizá sea un producto que se consume casi tan masivamente como la Coca-Cola.
Es un fenómeno mundial que presentará en esta ciudad un espectáculo que, aunque a muchos parezca ligero, tiene la carga de tres décadas de historia pop escritas por ella. Un espectáculo y al mismo tiempo la evidencia de su mano en la estética de vídeos, vestuario y de ella como su propia creación.
Uno llega a sentirse un poco tonto al dudar si merece tantas letras y se justifica la respuesta de un "sí, claro que las merece" al preguntarse quién en el mundo musical puede romper el hito de su presencia en Medellín. Y es que en este instante los únicos con posibilidades de ese mismo impacto mediático aquí son los Rolling Stones, y aún así podría dudarse de si una institución como esa generaría tanto culto como la cincuentona Chica Material.
Otra pregunta entonces es por qué si baila muy bien, pero no compone o canta tan extraordinariamente, tiene la dignidad de personajes con las capacidades de sellar épocas como Elvis Presley, Michael Jackson o The Beatles.
¿Si Madonna no tiene la voz de Christina Aguilera y no compone como Adele, por qué llegó a ser la Reina, por qué se mantiene? La respuesta quizá esté en su origen, cuando sus palabras contra la Iglesia Católica y su apertura sexual causaban revuelo allá en los 80 y 90. La irreverencia la elevó, pero ella supo convertir sus 15 minutos en eternidad, plantando su propio lenguaje con una medida justa de exageración. ¿Existiría MTV sin sus vídeos o presentaciones en vivo? Ella -solo Michael Jackson le gana en eso- aprovechó la televisión para consolidar el maridaje entre la imagen y el sonido. A Madonna no solo se le puede escuchar, no solo se le puede ver.
Hoy su irreverencia noventera está desactualizada. Ya no es tan escandaloso hablar de sexo, criticar la iglesia católica o apoyar la comunidad LGTB. Esas causas son las mismas de miles de artistas y por eso no se habla tanto de las cosas que dice -que ya habla poco-.
Ya no necesita decir palabrotas para que hablen de ella, se puede negar a todas las entrevistas y seguirá en el trono. Es la protagonista de una historia que ella escribió y en la que cada que muere un personaje que amenaza su trono se hace más invencible. No la sucederá nadie en este mundo donde los gustos están atomizados y los genios no son personas si no colectivos. No nacerá otra Madonna como tampoco nacerá otro Albert Einstein.
Su secreto es haberse inventado un mundo donde ella manda, donde es su propio referente. También lo es habernos invitado a él con la actitud de un caudillo que toma la voz del pueblo pero no se deja dominar por ella. Lo es también no envejecer en discursos trasnochados. Lo es cambiar la escenografía de ese mundo sin perder su firma. Es como el diseñador capaz de renovarse en cada colección sin dejar de ser, aquel a quien la crítica reconoce con ver tan solo una prenda. Eso hace la Reina en cada trabajo, en cada tour, seguir escribiendo su capítulo en la historia del arte Pop, que no por ser Pop deja de ser arte.
A ese capítulo sigue invitando a multitudes de anónimos de diversos países o estrellas del cine que corren para aglomerarse en estadios como el Vicente Calderón o el Atanasio Girardot de Medellín para ver una artista, a una artista que es su propia obra.
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