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Roa, de Andrés Baiz: las deudas con la historia

14 de abril de 2013
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Si el cine colombiano tiene una gran deuda, esa es con la historia, tanto con la de los acontecimientos menudos que le dan contexto a una época como con la historia con mayúscula, la de los grandes sucesos.

Las películas sobre tantas guerras y conflictos del siglo XIX que explicarían mucho de este país, por ejemplo, están por hacerse, también la película sobre el principal acontecimiento del siglo pasado: El Bogotazo.

Porque si bien esta cinta de Andrés Baiz es de época, poco habla de historia. Termina, precisamente, cuando empieza El Bogotazo, pero nada dice acerca de la situación social o política del país que pueda explicar –como es obligación de la historia, incluso del cine histórico- la hecatombe de aquel 9 de abril de 1948 y la oscura época que le sucedió. Lo que hace este filme es tomar una vida individual, la del asesino de Gaitán, y desarrollarla, igual con documentación que con especulación.

Basada en la novela El crimen del siglo, de Miguel Torres, y bajo el eslogan los perdedores también escriben la historia, el relato se pierde en una sucesión de episodios que pretenden dar su versión sobre este personaje, sus motivaciones y los posibles agentes externos que intervinieron en el significativo hecho. Y es en esta retahíla de episodios, con su dudosa verosimilitud y falta de unidad en los distintos tonos en que se presentan, donde más flaquea esta historia y menos podemos conectarnos con ella.

Las dudas comienzan por las decisiones en el casting y la dirección artística. Que la pulida belleza de una Catalina Sandino no cuadra con la esposa de un albañil o las muecas de un cómico de televisión no parecen apropiadas para encarnar al célebre líder popular, son el indicio de lo que luego se verá como una pulcra y casi preciosista reconstrucción de una Bogotá y un entorno cotidiano de Roa que repelen el realismo y la verosimilitud que el peso de la historia le exigiría a este personaje y a los momentos que protagonizó.

Así mismo, vemos a un Roa ni frío ni caliente, definido por una ambigüedad que no tanto parece ser de su personalidad, sino más bien de la construcción del personaje. El relato nunca define con argumentos y solidez si es un loco, un fanático o un pobre mequetrefe, por eso casi nunca hay empatía alguna con él. Y esa misma ambigüedad está en el tono del relato, que puede pasar de la comedia bufa, al cuadro de costumbres y al ambiente de thriller sin aviso ni rubor.

No es tampoco una película desastrosa o indignante, porque la habilidad de este director con la puesta en escena y el relato cinematográfico la mantienen a flote, el problema es tal vez que el personaje, la época y el contexto histórico la hacían más exigente, pero las decisiones que se tomaron no fueron las más afortunadas para las expectativas que estos tópicos, y la misma carrera de Andrés Baiz, suscitaban en el público.

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