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Salta, ya aparecerá el piso...

10 de octubre de 2009
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Hace poco conocí al escritor Mario Mendoza, autor de extraordinarias novelas: La ciudad de los umbrales , publicada en 1992; Relato de un asesino, presentada en 2001, y Satanás , llevada al séptimo arte y que le dio un gran reconocimiento. Presentó hace poco su última novela: Buda Blues , la más explosiva de todas sus obras.



En ella plantea un desgarrador aullido contra la desigualdad y la brutalidad, contra el capitalismo y sus vergüenzas.



Descubrir las entrañas emotivas de un escritor no es fácil, sin embargo, de la conversación que sostuve con Mendoza, pude concluir que en su historia literaria hay un momento clave. Él mismo lo recuerda y lo narra aún con cierto asombro. Ocurrió cuando estuvo vinculado como profesor a una importante universidad norteamericana y casi al tiempo en que decidió convertirse en escritor de tiempo completo, pues comprende que el oficio en la literatura como escritor le exige -como lo señala- "todo o nada". Esa -recuerda Mendoza-, no fue una decisión fácil. El punto de partida para emprender ese camino difícil, fue la lectura de un bello y único verso del poema de la tribu de los Navajos: "salta, ya aparecerá el piso"...



Esa exclamación, seguida de la esperanza que nos impulsa a surgir, es una buena consigna para quienes atraviesan momentos difíciles. En ocasiones la vida es un acertijo difícil de descifrar. Sin embargo, hay que perseverar sin desmayar, enfrentar los miedos y aventurarse.



Todo en la vida tiene un sentido, incluso esos golpes que nos dejan sin un atisbo de esperanza. De ello habla Gonzalo Gallo en su libro El sentido de la vida : "las sequías no son eternas, no hay fracasos sino aprendizajes".

Conservar viva la esperanza, exige salir de la pasividad, tomar decisiones, aventurarse como lo hizo Mendoza. Es estar siempre en el camino, en búsqueda y en permanente aprendizaje. Solo tiene derecho a esperar quien persigue lo que espera con fe y pasión. Siempre hay salidas cuando se cree y persevera. Samuel Smiles decía: "la esperanza es como el sol que arroja todas las sombras detrás de nosotros".



Pero, además de la particular historia de Mario Mendoza, en las últimas semanas pude visitar al técnico de fútbol Luis Fernando Montoya, que llevó al Once Caldas a ser campeón de la Copa Libertadores. Me impresionó su palabra, su constancia y, ante todo, ese amor por el sentido a la vida, pese a estar cuadrupléjico. Decía, lleno de optimismo y de ganas de seguir triunfando, que poco tiempo le falta para ser técnico de la selección Colombia.



"Esa es mi meta", agregó con una sonrisa de triunfador y con la seguridad de que lo logrará.

En esa ruta que se ha trazado Montoya, ha tenido un apoyo fundamental: su esposa Adriana, compañera inseparable y abnegada de este campeón de la vida. Supe luego que ella tuvo hace algún tiempo igual suerte que el profesor Montoya, pues sufrió en 1995 un accidente de tránsito que la mantuvo en cuidados intensivos y con vida artificial. Los médicos recomendaron desconectarle los tubos que le daban vida y el profesor Montoya se negó y se apegó a la esperanza y a las oraciones. Hoy está llena de vida, luchando al lado de su compañero.



Mendoza, como escritor, y Montoya, desde su arraigo a la vida, enseñan que quien elige perseverar, elige existir. Por ello, insisto, es preciso borrar de la mente la palabra derrota. Y hay, al mismo tiempo, que erradicar las energías que no construyen y que en vez de aportar soluciones, ponen barreras.

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