Estación Colón, que supongo debe haber una en Panamá, entre calores inmensos, gentes de muchas partes de la tierra y negocios legales e ilegales, porque el Caribe sigue siendo una enorme zona franca entre bloqueos, desmesuras, nociones del tiempo distintas, tradiciones de contrabandistas y filibusteros y sincretismos religiosos.
Todo es posible en ese atlántico de las Antillas donde hubo una ciudad, Port Royal, a la que se tragó el mar porque no resistió tanto pecado, dicen las crónicas y un libro sobre el pirata galés Henry Morgan, escrito por John Steinbeck (La copa de oro). A esta parte de la tierra llegó don Cristóbal Colón y después llegaron más desesperados huyendo del hambre, la inquisición, las guerras y el mayorazgo que regían en Europa.
Y no hubo un encuentro entre dos mundos, como se dijo en 1992 (mentira que enfureció a don Germán Arciniegas), sino una invasión. Qué otra cosa se le podía pedir a una gente que durante siete siglos no paró de pelear con los moros.
Con la llegada de los españoles, de los que descendemos la mayoría (así que somos nativos de América pero no aborígenes), los indios quedaron en calidad de salvajes, que por esos días era la manera de llamar al diferente cultural. Las teorías de Juan Ginés de Sepúlveda, apoyado en la filosofía (en la defensa que Aristóteles hacía de la esclavitud), determinaron que era necesaria la guerra justa contra los indios, a menos que se cristianizaran y asumieran la condición de siervos. Y fueron tales las desmesuras que se aplicaron a esta servidumbre que Bartolomé de las Casas protestó, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, contra lo que hacían españoles, italianos, portugueses y alemanes, que justificaban su supremacía racial en una aplicación más desmedida de la violencia.
En los Estados Unidos, en 1867-68, el general George A, Custer participó en las guerras indias, que al final llevaron a que casi desaparecieran los pieles rojas. A Custer lo mataron los Siux en 1876, un tal Caballo loco (Crazy Horse), eso se dijo. En el siglo XIX, muchos indios se volvieron gauchos en la pampa argentina o se escondieron en la selva o subieron a lo alto de las montañas, como los Aimara en Bolivia. Estaban en calidad de vencidos y de servidumbre. O de serranos, como se llama en el Perú a los campesinos olvidados. Pocos se interesaron por la suerte de estos hombres, mujeres y niños. Incluso cuando Benito Juárez (descendiente de zapotecas) subió a la presidencia de México, los norteamericanos invadieron el país y agrandaron el suyo. Y así van las cosas. Si son indios, son salvajes.
Acotación: En toda América, las comunidades indias han sido ajenas a la cultura y más a la civilización. Sus lenguas las han convertido en claves para máquinas enigma (como pasó en Vietnam) y no para estudiar en ellas, sus cosmologías son curiosidades y bueno, cómo querer entenderlos si no los hemos querido ver. Entonces, pasan cosas.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6