Envidio la incredulidad de Tomás, o mejor, su sinceridad en reconocer su carencia de fe y su atrevimiento en poner condiciones para creer. "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré" (Jn. 20, 25).
Tomás me acompaña como una pesadilla adondequiera que voy, aun sin estar convencido del condicionamiento que mantengo de ver para creer, con la mente y el corazón en desacuerdo constante.
Los medios de comunicación, en su avance vertiginoso, borran sin cesar de mi horizonte interior la confianza en mí mismo. Esclavo de ellos, los defraudo al no darles lo que esperan de mí, el vestido suntuoso de la fe. Leo con devoción el relato de Tomás ¿Ver para creer? ¿Creer para ver? Manos, señal, clavos, costado, taladran de repente mi interioridad. Llenan de claridad mi mar de confusión. Un día Job se anticipó: "Aunque me mates seguiré confiando en ti".
Pienso en Tomás en cada paso que doy. ¿Cuánto me acojo a mí mismo? Me siento extraño de hacerme tal pregunta. Si no me acojo, y eso es la fe, no hay razón para esperar que los demás me acojan.
Más que para acoger a Dios, mi fe es para sentirme acogido por Él. La dulzura de su mirada, la suavidad de sus caricias, la cadencia de su voz me enloquecen de felicidad.
Eso le pasó a Tomás con las puertas cerradas. Su corazón palpitó como un terremoto cuando las abrió no para entrar sino para salir. Con la fe, la razón vive en trance de deslumbramiento.
Con Dios, lo que busco abajo, está arriba; lo que busco fuera, está dentro. La tierra está en el cielo, el cielo está en la tierra, y más cuando siento que de la profundidad de mi corazón surge una extraña seguridad: "la paz con ustedes".
El corazón del hombre es creyente e incrédulo en su relación consigo mismo, con los demás y con el cosmos. Por mucho que crea, es mucho más lo que puede creer. La incredulidad es un modo limitado de creer. Y si la fe se refiere a Dios, por mucho que crea, cree demasiado poco para lo que puede creer.
Este hombre me resulta de una simpatía arrolladora con su incredulidad vuelta el colmo de la confianza. "¡Señor mío y Dios mío…". Oración de resonancias extraordinarias. ¡La delicia, aprender a orar así… Fe es oración, oración es fe.
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