Bienvenidos al hotel internacional de la poesía. O, para ser exactos, el hogar temporal de 11 africanos, 58 americanos, 10 asiáticos, 18 europeos y un Neocelandés. Aquí, más que en las lecturas, se respira el intercambio cultural.
En el mar de negro y gris que transita la avenida Oriental se veía, de pronto, un destello multicolor. A medida que se acercaba, se distinguía mejor: una mujer con turbante y túnica africana llamada Zeinaba cruzaba tranquilamente la calle, acompañada por Paul Dakeyo, de Camerún, hombre de poblada barba blanca. Ambos conversaban como si nada, sin darse cuenta de las curiosas miradas que sus atuendos provocaban en los demás peatones. Juntos, entraron al hotel y fueron saludados amablemente en francés por Julien Delmaire, un alto y encantador poeta galo, cuya corbata negra chocaba graciosamente con sus largas rastas.
Y el lobby sí que es un verdadero mar de idiomas, vestidos típicos y rostros. "¡Hola a todos! Perdí un libro... un libro. Livre. Book" señala una pequeña nota en el tablero de anuncios del Festival. Entre muecas y señas un africano pedía señales a otro para saber dónde podía cambiar su dinero. "¿Por qué no vienes a mi lectura hoy? Deberías venir." Animaba en inglés una poetisa a otra ubicada al otro lado del salón. Pero a pesar de todo, el ambiente está calmado por el momento. Será porque todavía no es hora de almorzar y muchos están de paseo o de turismo por la ciudad. Más de uno también se escapa a los centros comerciales o, los más atrevidos, a merodear por El Hueco.
Aquellos que se quedaron hoy, aprovechan para convivir con otros poetas, como Caroline Bird, del Reino Unido, Hala Mohammad, de Siria y Jean Jacques Sewanou, de Togo. Estaban sentados en una mesa con Pamela y Catalina, ambas intérpretes del Festival. Hala, simpática y sin miedo, quiso enseñarles música de su país y comenzó a entonar una hermosa melodía siria. Los demás la escucharon con asombro. "No soy cantante, pero me gusta componer simples armonías", afirmaba.
Para pasar el tiempo Udo Kawasser, poeta austriaco, subió al tercer piso para usar el internet. Por Messenger o correo electrónico se comunica con su familia y les cuenta cada día sus experiencias en Medellín.
El sol por su parte invitó a más de uno a subir a la piscina, como la salvadoreña Lauri García Dueñas, quien, mientras se comía una granadilla, contaba a su compañero su experiencia bailando salsa la noche anterior.
La hora del almuerzo
Poco a poco el lobby se empezó a llenar a medida que fueron llegando los poetas. Los europeos con sus gorros y el rostro sonrojado de la caminata, mientras que otros, frescos y en carro como el poeta boliviano Homero Carvalho regresaban de visitas culturales. "Venimos del Museo de Antioquia" comentaba encantado.
Y no todos entraban, también se preparaban para salir Esteban Moore, Amin Haddad, de Egipto, el colombiano Gabriel Arturo Castro y Aiban Wagua de Panamá, pues se iban a leer poesía a Guatapé y de paso querían conocer la piedra del Peñol.
Arriba en el comedor, llegó la hora del almuerzo, y con ésta, la potente risa de Patricia Jabbeh Wesley, de Liberia, que entró como una ráfaga al restaurante. En la mano traía su inseparable frasco de ají, hecho por ella misma. Cuenta que le encanta el picante pero todos los que lo han probado acaban hasta sudando. Se sentó junto a Zeinaba que aunque no habla inglés, la recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
La comida también es absolutamente internacional. "Contamos con un menú regional para cada día, pues servimos comida de cada continente junto con algunos platillos de comida colombiana" explica el chef Juan Sebastián Arbeláez, que interactua mucho con ellos, y ya hasta les conoce los gustos.
115 poetas habitan en este lugar. Poco a poco se irá quedando vacío, pero permanecerán las historias y los recuerdos.
Pico y Placa Medellín
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