Jack Devine es un hombre feliz, o aparenta serlo. Ríe, comparte historias sobre borracheras con espías rusos, y hace chistes pesados sobre el papel de las mujeres en la familia y en su organización, la CIA. Habla de su experiencia mundial como todo un James Bond, banalizando el mal que engendró. Opina sobre lo divino y lo humano, y hoy profesa su ferviente respaldo por los drones y las acciones encubiertas.
Devine es un espanto de la Guerra Fría que sigue hablando y promoviendo idílicamente las actividades clandestinas del gobierno estadounidense. Hace pocos días lo vi –incrédulo, yo– dando una charla en el marco de la promoción de un libro sobre su vida como espía.
Entre risas e historias caricaturizadas habló de la muerte, como si nada. Se refirió a acciones encubiertas, abiertamente ilegales y profanas, para que le agradeciéramos por la tranquilidad del mundo. Dijo que la solución en Siria pasaba por las bombas y que no había que dudar en armar a los que estén dispuestos a recibir las armas.
En este septiembre, cuando recordamos, como todos los años desde 1973, el golpe de Estado a Salvador Allende en Chile, Devine no tuvo problema en contar, como un chiste, que el presidente Richard Nixon le pidió en 1970 que, aunque reconocía la victoria democrática del socialista, no se podía tolerar que Allende asumiera el poder. Devine reconoció que hizo todo lo que pudo, en el bajo mundo de la inteligencia, pero que las órdenes del presidente fueron imposibles de cumplir.
Siguió en tono burlón y desafiante a todos los que han vinculado a la CIA con el derrocamiento de Allende.
Manifestó que no estuvo directamente involucrado en el golpe y que ni siquiera conocía a Pinochet. Enseguida, sostuvo que sí se enteró, días antes por fuente de unos agentes civiles, que el golpe se llevaría a cabo. Dijo entender por qué se dio el golpe: "la economía del país se estaba derrumbando". Afirmó impunemente que lo que sí hizo fue dedicarse a producir las condiciones para que el gobierno de Allende no funcionara, incluyendo la generación de condiciones económicas adversas. Retador, como si se tratara de un juego inofensivo, manifestó que estaba dispuesto a discutir si sus acciones encubiertas representaban el 20 o el 80 por ciento de las razones que llevaron al golpe. ¡Nada más… Las risas, los bombos y los platillos continuaron, ante el relato de la macabra intervención.
Este es sólo uno de los capítulos de su historia corregida o reparada que pretende vender. Devine hizo parte de la CIA durante 32 años. Es presentado como un maestro del espionaje, que supervisó miles de operaciones encubiertas incluyendo la Guerra de Charlie Wilson (un fantasioso plan que llevó a la entrega en la década de los 80 de armas a los muyahidín en Afganistán) y el bochornoso escándalo Irán-Contra.
Más allá de la bufona presentación de Devine en el foro académico, lo que preocupa es cómo la intromisión clandestina e ilegal en asuntos latinoamericanos (y mundiales) por parte de Estados Unidos sigue siendo objeto de adulación y embelesamiento, y cómo las libertades y los superpoderes que el viejo espía recuenta de sus épocas doradas son el objeto del deseo actual de muchos poderosos en Washington que promueven que nadie debe controlar a los espías
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