De muy grave fue catalogada la noticia en los sectores energéticos, agrícolas, pecuarios, acueductos y financieros del país, la confirmación de la llegada de El Niño a Colombia para este fin de año.
La Agencia Norteamericana para los Océanos y la Atmósfera -NOAA- y la Organización Meteorológica Mundial - OMM- lo han tildado de débil (basado en el nivel de calentamiento de las aguas del Océano Pacífico) pero no por su impacto. Recordemos que lo que nos importa no es saber el grado de calentamiento de las aguas en el Océano Pacífico, sino cuáles van a ser sus efectos en los colombianos de a pie, en los campesinos, en los sectores económicos más vulnerables, y en los ríos y animales.
El Niño no inhibe la llegada de las lluvias típicas de esta época de octubre. Veremos nuevamente aguaceros muy fuertes típicos de la época. Esto no quiere decir que El Niño no llegó o que se fue, sino, que este le quita un porcentaje de su cantidad (que podría ser aproximadamente el 30 % del promedio) para los meses húmedos de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, es decir, los ríos no llegarán a los niveles deseados.
El mayor impacto se sentirá a partir de diciembre, cuando nazca El Niño. El fenómeno borrará las nubes de la temporada más seca del año, que comenzará a finales de noviembre y terminará a mediados de marzo del próximo año, en la región Caribe, Andina y pacífica, principalmente. Es aquí donde se repetirá la historia.
Llevamos aguantando dos años de sequía y estamos en el peor escenario para recibir esta noticia: los niveles de los ríos y quebradas están por debajo de lo normal. Los acueductos están en sus mínimos, los embalses también, los sistemas de riego hacen maromas para su abastecimiento, y El Niño nos quitará la poca lluvia de fin de año. No es una noticia para relajarnos, lo contrario, para preocuparnos. El Niño no será débil sino muy fuerte.
Repetiremos las dantescas imágenes de los chigüiros, babillas y ganado muertos, gigantescos incendios forestales, los cultivos de hortalizas, papa, maíz, yuca, arroz y palma perdidos. Repetiremos las imágenes de colombianos con pimpinas y ollas corriendo, las tarifas de energía subiendo, y el mosquito del dengue y malaria multiplicando su efecto.
Lo mejor de todo es que estos efectos sí se pueden prevenir. La economía del país no puede seguir siendo planificada con carrotanques y mercados. La adaptación de nuestras políticas a la realidad climática debe ser una prioridad.
Los campesinos tendrán que hacer más grandes sus jagüeyes y mejorar el control de humedad, el ganado no deberá estar expuesto a la radiación solar y su nutrición deberá ser duplicada, los acueductos deberán cambiar las fuentes de agua por las más conservadas, las hidroeléctricas deberán apretar sus planes de prevención y operar de manera mucho más conservadora, y el país deberá continuar con la suspensión del gas para Venezuela.
Por su impacto, no nacerá un Niño sino dos. Viviremos el efecto de los gemelos. El valor de la prevención es 7 veces menor que la contingencia. ¿Qué estamos esperando? Países menos desarrollados que Colombia han adaptado su economía a estos eventos climáticos, y además lo están aprovechado. La producción cafetera en Colombia se ha recuperado en estos dos años gracias al déficit de lluvias. El manejo del clima no es un tema de ambientalistas sino de economistas.
Señor Presidente, el Consejo de Ministros para prevenir estos efectos económicos y sociales es lo mejor. El relajamiento y bajar la guardia, como Ud. bien lo sabe, es lo peor.