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UN PAPA RADICAL

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29 de julio de 2013
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Lo he dicho mil veces y me han puesto a caldo por ello. Soy católico, apostólico y romano, por vía celestial y vasco por la nasal.

Soy un pésimo católico porque tiendo a perderme en los placeres mundanos. Que me dejo tentar, vamos. Y con gusto, no crean. Conmigo el diablo no tiene que batallar demasiado porque me dejo convencer a la primera. En definitiva: soy un pecador a conciencia. De puro bicho patibulario, noctámbulo y parrandero (también soy un padre responsable, no vayan a pensar), hay gente que no me cree cuando proclamo a los cuatro vientos que soy católico.

Jamás me declaro cristiano, que de esos hay muchos y muy raros, con todos mis respetos, sino católico. De los de misa de 12, periódico en mano y aperitivo de barra, con un buen rioja crianza de por medio, claro está.

Pues como nos enseñó nuestro Señor el vino es la chispa de la vida y no la Coca-Cola. Soy como el padre de "Los hermanos Mc Mullen", un gringo de ascendencia irlandesa que, sentado a la mesa con sus dos vástagos, de pelo en pecho ambos, le suelta un sopapo a uno de ellos por blasfemar en su presencia.

– ¿Pero a qué viene eso, padre–, pregunta el afectado.

– A que nadie se mete con Dios en mi casa–, responde el viejo.

Con la cara desencajada, sorprendido por la respuesta, el joven recuerda a su padre que siempre se ha declarado ateo.

– Pero padre, ¡si tú no crees en Dios…

Masticando la respuesta perfecta, el irlandés pendenciero responde

– Es cierto, pero soy católico.

Todo este cuento viene al caso de la visita del Papa Francisco a Brasil con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Clamé primero, en cuanto supe de la renuncia del Papa Benedicto, para que su cargo fuera ocupado por un vicario latinoamericano. Por ventura alguien en el Vaticano vio tan claro como nosotros que el vivero de católicos del mundo está hoy en ese Continente.

Pedí también un Papa mediático, porque la Iglesia no puede funcionar en estos tiempos con una barca y una red. Un Papa con tirón. Telegénico, con carisma. Un Papa popular, que conectara con los jóvenes, porque ellos son el futuro.

Dios ha tenido a bien concedernos todos esos mimbres en la figura de un argentino, del Papa Francisco. Pero además, el Sumo Pontífice atesora un bien aún más preciado y que no se compra ni se adquiere con la práctica. Un don para el que no sirven las caretas. Francisco es creíble. Cuando pide perdón por los errores cometidos por la Iglesia, el mundo entero sabe que lo hace de corazón. Cuando se fustiga, a él y a la curia, por no haber atajado a tiempo los abusos a menores, percibimos que siente como un drama propio el dolor de todos aquellos jóvenes que pasaron por ese suplicio. Francisco es creíble porque cuando pide a la Iglesia que no se encierre, que salga a la calle, lo hace desde la crítica más profunda. Es este un Papa para el siglo XXI.

Son estos días donde la exposición pública de las grandes figuras es permanente y donde en un segundo se puede perder toda la credibilidad ganada. Tiempos en los que no sirve sólo la palabra, sino los hechos, y donde el constante escrutinio de la opinión pública global aumenta la presión.

Ha recordado el Papa que la Iglesia no es una ONG. Y tiene toda la razón del mundo. También lo es, pero no es esa su principal misión sino extender la palabra de Dios, el mensaje de Jesús, más vivo que nunca, más transgresor que nunca.

Ser católico no es sólo rezar y ayudar al prójimo. No es sólo aparentar que somos buenas personas. Ser católico es también ser beligerante, desde la tolerancia y la certeza de que somos los pecadores en asuntos cruciales como el aborto, la corrupción, la concentración de la riqueza, el racismo, los atropellos que puedan cometer gobiernos y grandes corporaciones, entre otros. Es seguir el ejemplo de Francisco. Un hombre radical, en el buen sentido.

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