Rodriguez sin tilde, como quiso llamarse el hijo de los Rodríguez con tilde, sus padres mexicanos que migraron a Detroit en los años 20. Sixto, por ser el sexto hijo, nació en 1942, grabó el primero de sus tres discos en 1969, dos años después desapareció del rock norteamericano, hasta que en 2012 un documental lo sacó de debajo de la tierra.
Tan grande como Bob Dylan, en ese largo ínterin su música se hizo en Sudáfrica más célebre que Los Beatles, sin que él se enterara de ello durante sus polvorientos días de obrero de demoliciones. Pelo largo, lacio, renegro, gafas oscuras, dientes completos tras sonrisa de apacible timidez, trajes negros, Rodriguez fue por 40 años sombra, muerte quemada, neblina, furor, insignia, en dos sitios opuestos del planeta y de la realidad.
Tañido de guitarra pobre, voz firme, determinada, y letras apegadas a epidermis, enloquecieron a miles de jóvenes hastiados y obsesionaron con su misterio a tres hombres un poco fuera del común. Dos sudafricanos: un vendedor de discos que se convirtió en su adorador, un periodista investigativo acostumbrado a que los obstáculos son pistas ciertas, y un director de cine sueco nacido en 1977, de padre argelino.
Todos partieron tras la huella de un tal ‘Pedro Páramo ’, les habían dicho "se llama de este modo y de este otro", pues José Sixto Díaz Rodríguez trastocó sus apellidos, barajó sus nombres y fundió vida y muerte tal como el héroe de Juan Rulfo. Los tres tuvieron resultados, de los cuales el más fulgurante es "Buscando a Sugar man", película documental más electrizante que centenares de argumentales de ficción.
El director Malik Bendjelloul, en cuatro años de trabajo, consiguió la hazaña de juntar los ahogados genios sanguíneos de México y Argelia, con el hastío y ebullición de Detroit, Ciudad del Cabo y Estocolmo. Ni su país natal ni el de sus ancestros figuran evidentemente en la cinta, pero con seguridad navegan en sus venas de amplio espectro.
No de otra forma se explica la empatía lograda con el furtivo protagonista latino, la ligazón con su catadura de poeta que ignora el poderío de sus cantos, el respeto por su lúcido desdén frente a éxito, dinero y fama.
Al terminar la cinta, es imposible dilucidar si uno admira más al ídolo Rodriguez o al narrador de su épica sin tiempo. Es la misma disyuntiva que perdura entre Pedro Páramo y Juan Rulfo.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6