Paz en la tumba de Chávez y paz en Venezuela y los países vecinos, incluido Colombia.
Han corrido ríos de tinta desde que Nicolás Maduro anunció el fallecimiento del Caudillo. Muchos lo consideran como un líder y hablan bellezas del hombre humilde que llegó al poder y trabajó por los pobres de su país.
Sí. Según datos, redujo drásticamente la pobreza absoluta en la tierra de Bolívar, pero a qué costo. Quien lo suceda, tendrá que lidiar con una tasa de cambio e inflación desbordadas, una producción de petróleo ineficiente e insuficiente, porque la otrora exitosa PDVSA disminuyó drásticamente su eficacia por ser entregada a politiqueros que poco sabían del negocio.
Una PDVSA que subsidia a Cuba, la patria de uno de sus mentores, Fidel Castro, y entrega petróleo a las nacione s de este hemisferio que creen en la bondad de su Socialismo del siglo XXI.
Todos los venezolanos seguirán padeciendo escasez en los bienes básicos, porque no los producen ni tienen con qué pagar los venidos de otros lugares.
Pero sigamos hablando del líder. Yo siempre soñé en líderes que condujeran a un objetivo o utopía noble y digna. Podría decir que este es un líder positivo. Para mí, el comandante Hugo Chávez Frías fue más bien un líder negativo, de lenguaje soez e insultante, que llevó a su país y al hemisferio a una peligrosa radicalización entre dos extremas: sus seguidores y sus opositores.
Con razón, un agregado político de la Embajada de Estados Unidos en Colombia me dijo que lo peor que le podría pasar a Venezuela era que faltara Chávez, porque tenía tan polarizada a su propia nación que podría generarse una guerra civil de impredecibles consecuencias.
Los siquiatras y los politólogos tienen en Chávez un buen caso para estudiar.
Los primeros, porque este caudillo narcisista se creía la reencarnación de Simón Bolívar, su oráculo, que lograría lo que el Libertador no logró.
Retomando a Enrique Krauze en su libro Redentores, Chávez dijo en la prisión, después de su intento de tomarse el poder: "Bolívar y yo dimos un golpe de Estado. Bolívar y yo queremos que el país cambie".
No eran metáforas, agrega Krauze. "El Comandante hablaba en serio".
Los politólogos tienen un caso para analizar, porque Chávez se creía imprescindible. Tuvo todos los rasgos de un auténtico y fanático caudillo que, según Krauze, encajaba con los postulados de Gueorgui Pléjanov, considerado el padre del marxismo ruso, y los de Thomas Carlyle, quien en la primera mitad del siglo XIX "profetizó y legitimó el poder carismático del siglo XX, el mismo poder que Chávez representa con brillo inigualado en el siglo XXI".
Krauze escribe que el propio Chávez dijo que su destino de caudillo se le reveló en 1977 con la lectura de "El papel del individuo en la Historia", escrito del mencionado Pléjanov.
Pero volvamos al momento. ¿Qué pasará después de que Chávez sea embalsamado, para reforzar el mito, muy al estilo de Mao?
Será la oportunidad para que la oposición trabaje duro, sabiendo que la tarea es larga y que no puede desfallecer frente a las trabas de los chavistas.
Será el momento para que Venezuela se encauce por el camino de una democracia moderna que trabaje por todos sus ciudadanos en un ambiente de globalización humanística.
Si la oposición no lo hace, los chavistas arrastrarán a su país y a este pedazo de hemisferio a una debacle de la cual será difícil salir.
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