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Bomba demográfica egipcia no aguanta más

El crecimiento demográfico acelerado llevó al Gobierno a construir una nueva capital.

  • Las calles de El Cairo se atestan de gente más de lo habitual cuando hay un funeral. FOTO afp
    Las calles de El Cairo se atestan de gente más de lo habitual cuando hay un funeral. FOTO afp
01 de agosto de 2015
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Camino del aeropuerto de El Cairo se encuentra la sede del Capmas, el instituto nacional de estadística egipcio. El edificio lo corona un marcador electrónico en números árabes que no cesa de actualizarse: es un recuento de la población del país, que registra varios nacimientos por minuto.

A la hora de escribir este artículo, la cifra era de 89.122.549. No obstante, algunos expertos apuntan que el censo infravalora la población real –algunos ciudadanos esconden su existencia al fisco–, que podría ascender hasta los 95 millones.

Tras un descenso progresivo de la tasa de natalidad durante las últimas décadas, a partir del año 2008, el promedio de hijos por mujer ha experimentado un notable repunte, pasando de 2,6 a 3,4. Actualmente, en Egipto se registran más de 2,5 millones de partos anuales. En términos proporcionales, el crecimiento demográfico de Egipto multiplica por cuatro la media de los países occidentales, y casi dobla la de los países en vías de desarrollo.

“El aumento de la natalidad es enorme, chocante. Y sus consecuencias serán catastróficas”, comenta Hania Sholkamy, profesora de Antropología en la Universidad Americana de El Cairo.

Magued Osman, un conocido intelectual, ha llegado a calificarlo de “suicidio nacional”. Las proyecciones más realistas apuntan que el gigante árabe podría alcanzar los 140 millones de habitantes en 2050, lo que obligaría a multiplicar las infraestructuras en un país que ya padece un grave déficit en servicios sociales y un elevadísimo paro juvenil.

Hace años que los expertos alertan de la “bomba demográfica” de los países del norte de África. En el caso de Egipto, la detonación puede ser muy dolorosa. Su población vive concentrada en un 7 por ciento del territorio, mayoritariamente desértico, y sus recursos naturales son limitados, sobre todo los hídricos.

En general, la población no es consciente de la gravedad de la situación. “Para mí es bueno que crezcamos. ¡Ya casi somos el país más poblado de África!”, comenta orgulloso Mohamed, un joven tendero cairota. Recientemente, la ministra de Población, Hala Yusef, presentó un plan que impulsará nuevas campañas de concienciación pública y dedicará más recursos a los programas de planificación familiar.

Sin embargo, estas medidas ignoran la raíz del problema: la limitada incorporación de la mujer al mercado laboral y la debilidad del sistema de pensiones. Para muchos ancianos, su renta depende de sus hijos. La lógica de muchos padres es: a mayor prole, mayores ingresos futuros tras la jubilación.

La revolución de 2011 pudo haber sido una excelente oportunidad para cambiar de rumbo, pero los islamistas, durante su año de gobierno, negaron cualquier peligro demográfico bajo el mantra de “Alá ya proveerá”. Los militares, por su parte, ignoraron los desafíos a largo plazo. Unos y otros asistirán, en unas décadas, al estallido de la “bomba demográfica”.

Egipto tendrá nueva capital

El Cairo, considerada la gran capital del mundo árabe y una de las ciudades más importantes del continente africano, podría perder pronto el honor de ser la capital de Egipto, una condición que ha ostentado durante más de 1.000 años.

La razón: con la finalidad de descongestionar El Cairo, el régimen del general Abdelfattá al Sisi está decidido a construir una nueva y flamante capital en mitad del desierto.

El proyecto tiene unas dimensiones faraónicas incluso para un país acostumbrado a los megaproyectos. La ciudad, que aún no ha sido bautizada, tendrá una superficie de hasta 700 kilómetros cuadrados, un aeropuerto mayor que el londinense de Heathrow y un parque el doble de grande que el Central Park de Nueva York. Allí se desplazarían todos los ministerios y edificios del gobierno del país. El coste de la obra no es una minucia: 45.000 millones de dólares.

“Egipto posee más maravillas que cualquier otro país en el mundo y ofrece tantos monumentos que desafía cualquier descripción”, declaró en marzo pasado Mustafá Madbuly, el ministro de Vivienda, en la presentación del proyecto.

“Por eso, queremos enriquecer su patrimonio. Debemos añadir algo que nuestros nietos puedan decir que está a la altura de sus características”, añadió en una muestra más del nacionalismo egipcio, la ideología dominante del nuevo régimen, nacido de un golpe de Estado contra los islamistas Hermanos Musulmanes.

La obra, fruto de un partenariado entre el sector público y privado, será dirigida por un magnate emiratí responsable de varios lujosos proyectos inmobiliarios en los países del golfo Pérsico, como el famoso rascacielos Burj al-Arab, uno de los más altos del mundo.

Al igual que todos los datos referidos al proyecto, el tiempo de construcción también es de récord: entre 5 y 7 años. La construcción de la nueva capital encaja perfectamente con la filosofía de desarrollo del régimen de al Sisi, que apuesta por los megaproyectos como motor de la economía del país. No en vano, el líder espera poder inaugurar en el mes de julio un nuevo Canal de Suez edificado en solo un año.

La idea no ha impresionado a muchos intelectuales egipcios, que lo ven más bien como un delirio de grandeza típico de los dictadores. Aunque algunas capitales fueron edificadas de la nada en los años 60 y 70, como Islamabad o Brasilia, los expertos señalan que este es el proyecto más ambicioso en la historia de la humanidad.

David Sims, un arquitecto basado en El Cairo y especializado en la planificación urbana mostró su escepticismo en declaraciones al diario británico The Guardian: “Esto son solo un conjunto de cifras de locura. La dimensión es enorme, y hay cuestiones del tipo: ¿Cómo vas a construir las infraestructuras? ¿De dónde vas a sacar el agua? ... Será interesante ver si algo sale de todo esto, pero yo lo dudo”.

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