Más de 15.800 muertos dejó el terremoto, posterior tsunami, y explosión de la Central Nuclear de Fukushima el 11 de marzo de 2011. Tras cuatro años de una tragedia que impactó al mundo y que volvió unánime el grito de solidaridad internacional por Japón, el país se esfuerza por solventar sus consecuencias.
Ese viernes los japoneses esperaban un fin de semana cuando menos tranquilo, aunque dos días antes se había presentado un sismo de 7,2 grados, en la misma zona de la costa oriental de Honshu, y con una profundidad de 14 km. A las 2:45 p.m. hora local un terremoto de 9 grados sacudió la isla, en especial al este.
Los ciudadanos nipones, acostumbrados a tales sucesos por vivir cerca a la fosa donde la placa del Pacífico subduce bajo la placa de Ojotsk, y muy preparados para el sismo como tal, no preveían sin embargo que se aproximaba un tsunami que registró olas con alturas de hasta de 15 metros.
De inmediato, buena parte de las localidades costeras del noreste de Japón fueron devastadas, según su cercanía al epicentro del evento. Decenas de miles llegaron a su hora fatídica, y de otros 3.000 no se supo tras la entrada violenta del mar. Pero faltaba lo peor.
El desastre se tornó radioactivo cuando una inundada Central Nuclear de Fukushima I - Daiichi, veía sus sistemas alternos de producción de electricidad inoperantes, y, por tanto, perdía el control de la temperatura de los reactores I, II y III. Las fusiones de sus núcleos y las explosiones fueron consecuencia ineludible en horas posteriores.