Con incertidumbre, giros inesperados y una dilación sofocante, Perú vivió por cuatro días las elecciones más apretadas de su reciente historia en la democracia.
Pedro Pablo Kuczynski (PPK), un candidato tímido en las tribunas, punteaba los conteos desde el domingo con porcentajes que parecían insignificantes: primero, 1,05 %; luego, 0,56 %, y en la tarde de ayer, un minúsculo pero contundente 0,24 %, que le dio 41.438 votos a favor y la victoria en la economía más prometedora de la región.
La batalla voto a voto contra su adversaria, Keiko Fujimori, mucho más espontánea ante las cámaras, duró casi 100 horas y dejó polarizado a un país entre quienes ven en la exlegisladora a la sombra de Alberto Fujimori, condenado a 25 años de prisión, y los discípulos del presidente de esa nación hasta el año 2000.
Así, el fujimorismo versus el antifujimorismo trazó el camino de esta jornada electoral. De hecho, para Paolo Sosa, investigador del Instituto de Estudios Peruanos, los resultados ni siquiera fueron programáticos, “sino morales y políticos”.
Según Sosa, la pregunta de los votantes dejó de ser “¿qué harán estos candidatos con el país?” y se convirtió en “¿vale la pena legitimar los peores episodios de los años 90?”.
Aunque hubo dudas, en la respuesta del electorado peruano pesó el temor de regresar a los hechos de corrupción y violación a los derechos humanos por los que Fujimori padre fue condenado, aspecto que fue claro en el repentino cambio que tuvo la intención de voto a solo una semana de los comicios.
Si bien su contrincante lo superaba con un margen de más del 7 % en todas las encuestas, la actitud indiferente de ella sobre las denuncias contra Joaquín Ramírez, secretario general de su partido, por presuntas relaciones con el narcotráfico, movieron a la población. Luego, las marchas contra la candidata el 31 de mayo marcaron la decisión de muchos, y a esto se sumó la decisión del Frente Amplio, que encarna a la izquierda peruana, de apoyarlo pese a su tendencia de derecha.