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El ícono Greta y la apatía a la crisis climática

La joven alza la voz mientras los ambientalistas la aplauden y un sector la rechaza. Esta es su historia.

  • Greta Thunberg sufre de síndrome de asperger. Sus padres impulsaron su crecimiento como activista. Foto: AFP
    Greta Thunberg sufre de síndrome de asperger. Sus padres impulsaron su crecimiento como activista. Foto: AFP
  • La joven alza la voz mientras los ambientalistas la aplauden y un sector la rechaza. Esta es su historia. Foto: AFP
    La joven alza la voz mientras los ambientalistas la aplauden y un sector la rechaza. Esta es su historia. Foto: AFP
01 de octubre de 2019
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Si la conocieras en ese momento que se apagan las cámaras, culmina la manifestación y charla con sus amigos de la huelga de viernes de esa semana, es otra persona. Bromea, ríe. Cuando está en grupos grandes de personas, ante esas multitudes que la escuchan, se abruma, y solo dice lo que tiene que decir. Pero con pocos, es otra Greta Thunberg. La Greta que conocen sus amigos.

Roma ardía a más de 40 grados centígrados y David Wicker había emprendido ese largo camino por tierra desde su ciudad, Turín, hasta allá, al pleno del Senado italiano, en el Palazzo Madama, para encontrarse con otros jóvenes que, como él, se sumaron a los Fridays For Future (FFF) y la huelga por el clima que Greta empezó una tarde de agosto de 2018, con un cartel blanco con letras negras que rezaba, en sueco: “Huelga escolar por el clima”.

Puede ver: El mundo se sumó al llamado de una niña para salvar el planeta

Wicker recuerda ese día mientras viaja en un tren a otra marcha. Lleva nueve meses, desde enero de este año, plantándose cada viernes en una plaza pública, afuera de alguna organización estatal o hasta frente al Parlamento Europeo, en Bruselas, para pedir actuar sobre el clima. Y en esa Roma ardiente, él conocería a Greta, la niña de 16 años –en ese entonces 15– que creó el movimiento al que pertenece.

La primera huelga de David fue de solo siete personas. Ese día de abril, recuerda, eran “centenares”, y Greta daba su discurso en un escenario con luces alimentadas por 130 bicicletas que hacían las veces de generadoras de energía para ambientar el escenario de la icónica chica. “Es abierta, divertida y muy inteligente. Pero pude notar que estaba abrumada por el clima caliente y los periodistas sobre ella”.

Se hizo su amigo. Tiempo después se encontrarían en Lausana, Suiza, para otra manifestación. Llegó septiembre de 2019 y Greta, la niña que comenzó sola postrada frente al Palacio del Parlamento en Estocolmo, lideraría una marcha de más 4 millones de jóvenes en 170 países con unos 6 mil eventos simultáneos, según los números que ella entregó. Al tiempo, mientras Berlín, Madrid o São Paulo marchaban, ella se plantaría ante el Congreso de Estados Unidos y en la ONU con su discurso de que “no hay un planeta B”.

Él que está detrás de Greta

Mientras hablaba, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, la miraba como un abuelo contempla a su nieto recién nacido. Lunes 23 de septiembre, un público de más de 60 Estados, tres jóvenes enfrente en el escenario y Guterres esperando las palabras de Greta. Comenzó con un “me robaron la juventud”, seguido por “nos estamos enfrentando a la sexta extinción masiva y el ritmo de extinción es 10 mil veces más rápido de lo normal. De todo lo que hablan es dinero y cuentos del crecimiento económico eterno”.

Pintó una línea imaginaria y sentenció: “El mundo se está despertando y está cambiando, les guste o no”.

Puede ver: El cambio climático marca la agenda de la reunión de ONU

Guterres la llevó hasta la Asamblea General de la ONU, en Nueva York. Pero su travesía no fue un viaje convencional. Zarpó del puerto de Plymouth, Inglaterra, en el Malizia II, un velero que pertenece a la realeza de Mónaco y que está dotado con paneles solares y turbinas subacuáticas. Esa tecnología le permite utilizar electricidad a bordo sin emitir dióxido de carbono.

Greta tocó tierra vestida de negro y con una trenza que adornaba su larga cabellera rubia. Con su arribo, los ecos en su contra se multiplicaron. “Parece una niña muy feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Tan agradable de ver!”, dijo Donald Trump. Entonces, llegó un reporte que cambiaría la percepción sobre la joven, al menos para los escépticos de su discurso. Según The Sunday Times, detrás de Greta está el negocio del capitalismo verde, una denuncia que en febrero hizo la ex eurodiputada Isabelle Attard.

El origen de esa primera foto de una adolescente postrada frente al parlamento le pasaría factura esta semana cuando daba su mensaje ante la ONU. Sus críticos recordaron que esa imagen la tomó y divulgó Ingmar Rentzhog, creador de la empresa We don’t have time (No tenemos tiempo), frase que coincide con uno de los lemas de FFF.

La joven alza la voz mientras los ambientalistas la aplauden y un sector la rechaza. Esta es su historia. Foto: AFP
La joven alza la voz mientras los ambientalistas la aplauden y un sector la rechaza. Esta es su historia. Foto: AFP

Los que no son Greta

Según Fiore Longo, investigadora de Survival International, va más allá: “Lo que Greta enuncia es un mensaje cómodo porque no amenaza el status quo. Está en una posición privilegiada y tiene visibilidad. Lo que dice no va a tocar el corazón del problema, como sí lo hacen los indígenas, que han sido invisibilizados”. Esas comunidades, desde Brasil, Colombia o México, han pedido repetidamente el cuidado del planeta.

Nada más en Colombia, gracias a la tutela de un grupo de 25 niños, con el apoyo de Dejusticia, la Corte Suprema exigió al Estado proteger la Amazonia de la deforestación. Eso fue en abril de 2018 y para el mismo mes de este año la organización denunció que el Gobierno incumplía la orden del tribunal, lo que llevará a que a partir del 15 de octubre se hagan audiencias de seguimiento al tema: la voz por la selva se tomará en el Tribunal Superior de Bogotá.

Indígenas, niños y muchos más alzan la voz por la causa.

Era 7 de diciembre de 2018 y Ell Ottosson Jarl, de 18 años, participó en su primera huelga en Estocolmo. Allí conocería a Greta, “un ser humano normal con un discurso impresionante”, y otros más. Cuando le preguntas sobre esa acusación de que detrás del movimiento hay un negocio, dice convencida que “no hay nada más que adolescentes”.

Un comienzo aún sin fin

Los cinco grados centígrados se mezclaban con la resaca de la fiesta de la noche anterior, pero Ander Congil, Roger Pallàs y Lucas Barrero tenían la promesa de iniciar la primera huelga por el clima de España ese 18 de enero, en Girona. Tres compañeros de piso, estudiantes de Ciencias Ambientales y Biología cautivados por un discurso de Greta que vieron un mes antes. Se sentaron afuera de la Generalitat de Girona con un cartel. Arribaron dos amigas, luego un par de curiosos, y todos se animaron a seguir. Publicaron una foto en redes, llegaron mensajes de otras ciudades y más se sumaron: así se expande FFF.

Puede ver: Bolsonaro y Trump ignoran exigencias de Greta Thunberg con discursos en la ONU

Congil, de 19 años, vestía una camiseta hecha con algodón orgánico, pantalones vaqueros y un abrigo grueso que no alcanzaba a cubrirlo ante el frío del invierno. Están en huelga y reconoce que, como individuos, no pueden tomar decisiones, influir en la economía o en la transición energética global, “pero sí presionar. Somos la generación del futuro, la que luego va a votar”.

A eso se enfrentan los jóvenes de FFF. Llevan 13 meses en paro, cada vez son más, tienen la presión de los opositores que ven en su protesta un negocio y el freno de que son los gobiernos con modelos capitalistas y extractivistas los que siguen tomando las decisiones sobre el planeta. Un Jair Bolsonaro, por ejemplo, convencido de que “es una falacia que la Amazonia es patrimonio de la humanidad”. Al final, tienen el poder en la calle y los políticos el mando en el papel.

Assis Oliviera, experto de la Universidad Federal de Pará que le sigue la pista a los indígenas y al ambiente, explica que Greta “no es una excepción” y hace parte de un contexto amplio de movilizaciones de jóvenes que cada año tienen más visibilidad por sus habilidades en redes, “algo que no ocurre con las comunidades tribales”, pero que tiene un “impacto mundial”.

Ahí está el fenómeno. Ella no ha cerrado una planta de carbón ni una minera y el mundo consume carne, a pesar de su impulso al veganismo, pero por obra de Guterres, de una empresa en Estocolmo o de su fuerza interna, la escucharon como a ningún otro ambientalista. Tiene 16 años y solo la historia dará un lugar a su discurso y su acción por el clima .

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