Ellos eran un país y subieron juntos al infierno, para abrazar la gloria.
Nairo Alexánder y Rigoberto escaparon a las predicciones; fueron más allá de los pronósticos y escribieron la historia a punto de carretera, como queriendo revivir las añejas hazañas de Fausto Coppi y Gino Bártali de mitad del siglo pasado.
Ellos, los colombianos desafiaron la gravedad, el cansancio y a los italianos en su patio. ¡Inverosímil…
Quizás en el Zoncolán, en medio de la nieve y los fríos vientos de mayo, aquellos quienes se apostaron en todo lo alto de una de las más duras escaladas de Europa, esperaban con su dosis de aliento y pasión a los suyos, a los tanos, que veían a uno de allí en el podio final de Trieste, pero en el segundo cajón del corajudo y valiente Urán.
Esta vez no fueron ni Coppi ni Bártali, los enemigos protagónicos de carretera que eran capaces de compartir hasta una botella de agua en medio del fragor de la batalla.
Eran dos rudos de la escalada hechos a pulso en las breñas colombianas; esos que le sacan el aliento a los rivales y también que ponen a hacer fuerza a cientos de miles de compatriotas que durante tres semanas se reventaron de emoción tanto como ellos. Fue la etapa final de la alta montaña. La 20, esa que muestra lo más duro del Giro, porque escalar a Monte Zoncolán era como subir al cielo de las emociones, porque eran miles los que tenían regalos a manera de empujón, gritos de aliento y hasta un festival de atrevidos disfraces como si se tratara del más colorido Halloween del pedal.
Adelante de los "capos" iban los de la fuga, incluso con italianos tan suyos como el mañanero Bongiorno, a quien un irresponsable vestido de arcoiris lo dejó al margen del triunfo. ¡Fatal…
La ventaja de los fugitivos camino al infierno parecía ser y no ser dada la dureza de las rampas y lo estrecho de la vía, con inclinaciones infames hasta del 22% en las que los carros y la pasiones se recalientan.
Esta vez no fueron ni Coppi ni Bártali y ninguno de los transalpinos. El show era para un australiano como Michael Rogers, tres veces campeón mundial de contrarreloj que lanzaba un gesto inusual de sacrificio con su sed de triunfo al cuadrado.
Y con el surgido de las antípodas ganador anticipado, atrás el show era por cuenta de Quintana, el vestido de rosa de arriba a abajo, en compañía de Urán, quien en elaborada estrategia recogía efectivos a medida que se acercaba al infierno inscrito en las alturas del terrible Zoncolán.
"Yo tomé la rueda de Urán y sus compañeros y fue poco lo que ayudé. Esto es para que la gente en el mundo conozca más de Colombia que no es guerra; es amor" (...), anotó seguro el virtual campeón, quien en el remate de la faena le quiso decir a Urán que él era el patrón
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