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Antes de entender qué era una cooperativa, Nora Elena Adarve Castañeda imaginaba que aquel lugar feliz adonde iba con su papá cada que salía de su casita de campo, siendo aún una niña, también era su casa.
Los desplazamientos al pueblo tenían el fin de llevar el café que habían producido en familia a ese escenario espacioso y feliz que quedaba en el pueblo. Era una casa donde el grano se pesaba, se empacaba y se pagaba a precio justo. Un lugar del que su padre, Manuel Adarve Paniagua, un pequeño caficultor de la vereda La Garrucha, se sentía muy orgulloso, pues lo había ayudado a fundar en 1961. Con el tiempo, Nora entendió que esa, la que conocía como su casa en el pueblo, era en realidad la Cooperativa de Caficultores de Fredonia, la misma organización que hace varios años se fusionó con las de otras localidades y hoy es la Cooperativa de Caficultores de Antioquia.
Aunque ya no tiene la forma de una única casa, es más grande y alberga a más asociados, la cooperativa sigue siendo una organización que le posibilita dignificar su actividad agrícola; pues ella, como su papá, también aprendió a ganarse la vida con el café. Desde su finca San Miguel, enclavada en una montaña desde donde se ve el río Cauca y una de las cordilleras que lo acunan, le profesa el mismo amor. “Es un abrazo solidario entre colegas que producimos el mismo producto”.
Su relato se parece a la filosofía que predica el espíritu cooperativo desde 1815, que no encarnó en una nueva religión sino en unos movimientos que pretendieron cambiar la forma de hacer riqueza, pensando en que todas las personas pudieran aportar por igual al bienestar general. “Un paradigma social que lleva más de 200 años y que busca que la sociedad evolucione un poco más para lograr el bienestar”, según cuenta Hernando Zabala, profesional que se ha dedicado toda la vida al cooperativismo.
De acuerdo con los postulados del modelo, con el bienestar llegan otros beneficios para la humanidad que justifican su espíritu, como la paz, la armonía y la felicidad, producto de la unión entre las personas y los pueblos.
Zabala asegura que hay una constatación histórica de que las crisis generan menos impactos negativos donde las cooperativas se mantienen. Y precisamente, que puedan subsistir y expandirse en medio de una economía de mercado que persigue el propósito de la acumulación de capital individual hace que este llame la atención de diversos académicos y economistas. Según el investigador, el modelo está vivo por tres razones: “La primera es que siempre se han mantenido incólumes frente a los propósitos del movimiento. La segunda es su sentido de localización, con capacidad de intervenir en los desarrollos sociales y microrregionales; porque se han propuesto como empresas de los pueblos, de las sociedades, lo que logran en la medida en que distribuyen valor agregado en el territorio. Y la tercera es el encadenamiento, porque una cooperativa no puede ir sola, el mercado se la come”.
Son las mismas tres razones que hacen de Nora Elena una mujer poderosa, a pesar de que no es una gran productora de café. Su cooperativa la apoya en la compra justa, en mantener la calidad de su producto, en capacitarse, en reparar y mantener su maquinaria, y en mejorar los procesos de una marca con la que incursiona ahora en los cafés especiales. “Mi vida sin la cooperativa sería un desastre total. La cooperativa es una bendición muy grande”, dice.
Aunque hoy no la llama casa, lo sigue siendo para ella, tanto como lo fue para su padre y, después, para sus dos hijos. ¿Al fin de cuentas qué otro lugar merece llamarse bendición sino es el que cobija como un hogar?.